Eduardo Vélez, un amigo que en su retiro se dedica a filosofar, escribe máximas. Una que me envió la semana pasada pinta el estado que guarda la Reforma Educativa en México. Eduardo sentenció: “Para cada problema complejo, hay una respuesta clara, simple y equivocada”.
Tras empezar con brío, el gobierno de Peña Nieto anda con desvaríos. Las reformas constitucionales y las leyes de educación se procesaron con rapidez, sus aristas principales se institucionalizaron en poco tiempo y sembraron esperanzas o ilusiones en mucha gente. El gobierno actuó con eficacia para minar la resistencia del grupo dominante en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación con el encarcelamiento de Elba Esther Gordillo, disciplinó a los gobiernos estatales al quitarles facultades y hasta diseñó mecanismos para acercarse a los maestros mediante los foros de consulta para revisar el modelo educativo. Pero no le ha encontrado la cuadratura a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
El problema se torna más complejo porque la economía no avanza, las reformas trascendentes están en veremos, se nota descoordinación en los mandos y el populismo legislativo, como dijo el senador Romero Hicks, está a la orden del día. En el sector educativo hay nuevos programas y estrategias de cambio, pero se atoran en la burocracia y en acciones erráticas.
Me extrañó mucho la postura de David Calderón, director general de Mexicanos Primero, él es una persona sensata y analista perspicaz (asiento esto aunque no siempre concuerdo con sus estudios), pero encontró una respuesta clara y simple: el Presidente y su gente en Los Pinos son buena onda, están comprometidos con la reforma en educación. Pero el malo es el secretario de Educación Pública; después, también criticó al subsecretario de Gobernación, por buena razón.
No defiendo a esos funcionarios. Pero me pasmó la posición de Mexicanos Primero, por su maniqueísmo. Eso no forma parte de su discurso —al menos no lo había manifestado—, pero me recordó los buenos tiempos del viejo PRI. El jefe de Estado siempre es el bueno (hasta que deja el cargo) y los funcionarios son infames; los aciertos son del señor Presidente; las pifias, de los burócratas.
Pienso que al asunto es más enredado. Cuando los mandos andan cada uno para su santo, la falla principal es del jefe, que no pone disciplina. Hace tiempo escribí en este espacio, porque así lo percibía, que Emilio Chuayffet era el policía rudo, el que incordiaba, y Osorio Chong el afable, el que conciliaba para obtener una confesión (en este caso, el acuerdo de la CNTE o al menos reducir su oposición). Pero que ambos perseguían el mismo fin.
Me equivoqué —pienso—, hoy intuyo que los desacuerdos para lidiar con la CNTE (y en general para conducir la política educativa) no sólo son distintos (lo cual sería sano si debatieran entre ellos), sino antagónicos. Veo a Chuayffet como alguien que siempre trae a la ley en la mano (“no negocio con la CNTE porque sus dirigentes no tienen representación legal”) y a Osorio concediéndoles ilusiones por encima de la ley.
Reforma (2 de junio) publicó el acuerdo alcanzado entre la Secretaría de Gobernación y la CNTE, donde aquélla concede que ningún trabajador podrá ser removido de las funciones que realizaba antes del 11 de septiembre de 2013, cuando entró en vigor la Ley General del Servicio Profesional Docente. El secretario dice que no se viola le ley, pero ofrece impunidad y la permanencia a quienes fueron contratados antes de que se aprobaran las leyes, trabajen o no. Una respuesta no sólo equivocada, sino ingenua; si en la Segob piensan que con eso lograrán la condescendencia de los maestros disidentes, éstos son maximalistas.
Para fortuna de la nación, la asamblea de la Sección 22 rechazó la oferta de la Segob; quiere todo: la abrogación de las reformas legales y seguir mandando en Oaxaca. Tal vez el subsecretario de la Segob, Luis Enrique Miranda, esté triste porque sus diligencias fracasaron, los de la CNTE le hicieronbullying. Pero a fe mía que no lo hizo por iniciativa propia. Él tiene jefes.
Otra máxima de Eduardo Vélez remata el argumento: “Para los que entienden, ninguna explicación es necesaria. Para aquellos que no entienden, ninguna explicación es posible”.
*Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana
Publicado en Excelsior