De acuerdo al análisis de Pablo Zoido de la OECD, si tomamos a los alumnos con mayores ingresos del conjunto de la OECD, observamos que los mexicanos fueron lo que obtuvieron los peores puntajes (por mucho) en matemáticas en PISA 2012. El puntaje promedio de los estudiantes del decil de ingreso más alto de todos los países OECD fue de 554; en el caso de México fue de 464. En otras palabras: nuestros alumnos más ricos se ubican cerca de dos grados escolares por debajo de sus homólogos dentro de la OECD.
A los alumnos mexicanos de menores ingresos tampoco les fue bien en relación a sus pares. La distancia entre sus resultados en matemáticas (376 puntos) y el promedio obtenido por los alumnos de menores ingresos en el conjunto de los países de esa organización (436) fue, sin embargo, menor a la de sus compatriotas más pudientes económicamente vis a vis los alumnos del decil de ingreso más alto de la OECD. Dicho de otra manera, poco más de un año de escolaridad en el caso de los alumnos en desventaja económica, frente a los casi dos grados escolares que separan a nuestros estudiantes más ricos vis a vis sus pares en la OECD.
Estos datos revelan aspectos centrales y relativamente poco explorados de nuestros enormes déficits en calidad educativa. Dimensiones a las que se les ha prestado atención insuficiente y que habría que analizar más a fondo, especialmente si algún día tuviésemos la intención de salir de nuestro atasco en materia educativa, pero también de justicia, crecimiento y demás.
Una primera conclusión que se deriva de estos números es que, contra lo que pudiera pensarse, los problemas de calidad educativa en México parecieran ser mayores entre los de arriba que entre los de abajo. Este problema se nota poco, pues los alumnos más ricos obtienen mejores puntajes en las pruebas estandarizadas tipo PISA o ENLACE que los estudiantes de menores ingresos. Obtienen mejores calificaciones, sin embargo, por los recursos de sus hogares que por la escuela. De hecho, si controlamos por nivel de ingreso, el valor agregado de asistir a un plantel educativo pareciera menor entre nuestros alumnos ricos que entre nuestros estudiantes con menores posibilidades económicas.
Los muy mediocres resultados educativos de nuestros alumnos más ricos importan por tres razones principales. Primero, porque sugieren que en un país en el que, en general, el origen social pesa mucho más que el mérito y el talento, para los grupos de mayores ingresos, invertir tiempo y esfuerzo en educarse pareciera ser aún menos importante que para los segmentos de menores ingresos. Segundo, porque si para nuestros ricos invertir en educación no es muy importante, ello nos deja con una élite que buscará invertir mucho en mantener su posición de privilegio por vía distintas a las del mérito y del talento (más comidas largas, matrimonios estratégicos y cercanía con el poder político que conocimiento, innovación y trabajo). Y, tercero, porque el efecto demostración de ello en términos de lo que se requiere para “hacerla” económica y socialmente, tiende a militar en contra de darle valor a estudiar y esforzarse para el conjunto de la población.
Dice bien Ricardo Raphael cuando señala que muchos de nuestros problemas en educación y -agregaría yo, en muchos otros ámbitos- está en nuestras élites de mala calidad. Urge entender mejor este asunto y encontrar formas de darle la vuelta.
Publicado en El Financiero