Sinopsis
Recientemente, el secretario de educación ofreció que la cobertura de educación superior se ampliaría hasta llegar a cubrir 50% de la población en la edad correspondiente. Esta cifra supera el compromiso contenido en el Plan Nacional de Desarrollo de la actual administración.
Dada la relevancia del tema nos hacemos dos preguntas: Qué mecanismo(s) se instrumentará(n) en caso que se busque romper con la pertinaz tendencia histórica de incremento de la cobertura. Todos los esfuerzos del pasado no han logrado cambiar esta tendencia. De ser así, 2026 será el año en que se alcance la cifra propuesta de 50%.
La otra es: ¿Conviene; es lo más adecuado; a qué país corresponde dicha cobertura? ¿Con qué estructura complementaria de educación se estaría asociando, para las distintas alternativas, a partir del nivel medio superior?
El contexto
Ampliar la matrícula y la cobertura de educación en los niveles medio superior y superior, como plantea el sistema educativo, implica que en el futuro una creciente proporción de la población mayor de 24 años se incorporará al mercado laboral contando con las credenciales y los conocimientos que corresponden a este nivel educativo.
Este paso es, sin duda, de gran relevancia. Por ello, resulta de la importancia su visualización y discusión detalladas. En la discusión sobre la cobertura, México necesita no solo acrecentarla, sino modificar sustancialmente su estructura, desde el nivel medio superior.
Adicionalmente, se requiere una cabal comprensión de su dinámica, así como de los elementos sobre los que es necesario actuar para lograr los resultados buscados en tiempos que no sean solamente los de la inercia histórica a la que están sometidos.
El esfuerzo realizado desde 1995 ha rendido frutos y resultados importantes. Algunos positivos y otros no tanto.
La economía ha tenido la capacidad de absorber al creciente número de profesionales que esta política educativa genera. Se ha profesionalizado. Sin embargo, esta profesionalización, a pesar de que ha contenido el desempleo profesional, al costo de salarios estancados, también ha visto decrecer de manera importante la productividad profesional.
La incorporación creciente de profesionales en la economía no ha fructificado en una mayor capacidad de innovación y, por tanto, productiva.
Lo anterior se asienta en la estructura educativa de este país. Se forma en un camino único, preferentemente, para la educación superior universitaria. No se promueve la formación técnica profesional de nivel medio superior ni superior. Entonces, todo el trabajo lo realizan profesionales universitarios con una capacitación muchas veces no apta para el empleo que desempeñan, con los efectos perversos que que esto tiene sobre la economía, y no necesariamente sobre el nivel general de empleo.
Las declaraciones del secretario de educación en el marco del foro “La legislación mexicana de educación superior”, a principios de marzo de 2016, permiten vislumbrar que se iniciará una nueva etapa de promoción y ampliación de la cobertura de educación superior.
Entre los retos de la educación superior el secretario considera de alta relevancia ampliar la cobertura de educación superior, del 35 por ciento en la actualidad a 50 por ciento.
Abundó en la necesidad de hacerlo con equidad, calidad y dando al mismo tiempo impulso a la desarrollo de la investigación. De la mayor importancia está también la preocupación mostrada sobre la vinculación con los mercados laborales profesionales, para que la formación profesional sea pertinente y relevante a los requerimientos del mercado. Sin duda, dos aspectos torales de la planeación estratégica de la educación superior.
De la manera señalada se entra a una nueva etapa de promoción y ampliación de la cobertura de la educación superior. Afortunadamente, se ha pasado de una política de total negligencia durante los años ochenta del siglo pasado, a un conjunto de altibajos en su crecimiento posterior.
En el inicio del sexenio pasado, 2006-2012, el planteamiento original de la ANUIES, y el endoso posterior de todos los candidatos presidenciales, de alcanzar una cobertura nacional de 30 %, casi se logró al final del mismo. Como afortunadamente la educación, en particular su vertiente superior, ha pasado a ser parte sustantiva de las agendas políticas desde el año 2000, el candidato Peña Nieto ofreció durante su campaña alcanzar una cobertura de “…cuando menos 45 por ciento”, la cual finalmente quedó plasmada como 40 % en superior y 80 % en media superior, en el Plan Nacional de Desarrollo (Objetivo 3.2, Garantizar la Inclusión y la Equidad en el Sistema Educativo, Estrategia 3.2.3, Crear nuevos servicios educativos, ampliar los existentes y aprovechar la capacidad instalada de los planteles, Líneas de Acción).
En un plano trans-sexenal, en 2013 el entonces rector de la UNAM, Dr. José Narro, suscribió la propuesta posterior de la ANUIES de ir más allá y duplicar la cobertura en el nivel superior en un plazo de 10 años.
El embudo educativo
A partir del sexenio de Ernesto Zedillo, en particular desde el ciclo 1994/1995, en el país se han logrado avances notables en la cobertura del nivel superior. Pasó de 12.3% en ese ciclo a 28.7% en licenciatura en 2014, y 29.9% si se toma en cuenta educación normal.
Este incremento en la cobertura tiene dos componentes. Por un lado, la demanda potencial ha crecido entre 1990 y 2014 casi 162 %. Esta demanda corresponde a los egresados del bachillerato en los ciclos mencionados. Por el otro lado, la oferta de educación superior ha aumentado más de 200 %, en el mismo lapso. Esta oferta se manifiesta como la absorción del nivel superior.
El crecimiento de la demanda resulta de un acumulado de mejorías en las eficiencias terminales, así como en las absorciones de los niveles previos, a lo largo del periodo estudiado. Esto ha hecho que en los años entre 1990 y 2014 el número de estudiantes que alcanza la educación superior se haya casi triplicado. De cada 100 estudiantes que ingresaban a primaria inicialmente, menos de 12 cruzaban el umbral del nivel superior. En 2014, los ingresantes a educación superior habían aumentado a casi 33 estudiantes.
El resultado en términos de cobertura se expresa en que 14.3 % de la población de 18 a 23 años estaba inscrita en alguna institución de educación superior en 1990, contra 29.9 %, en 2014.
El cuadro denominado Embudo Educativo es una síntesis de eficiencias terminales y absorciones desde el nivel básico hasta la licenciatura. Con estas tasas se muestra la erosión que las distintas generaciones experimentan a lo largo de la trayectoria académica. El cuadro tiene infinidad de posibles lecturas. Sin embargo, para los fines del presente trabajo nos concentraremos, fundamentalmente en los niveles medio superior y superior.
Líneas atrás se subrayaba que el incremento de la cobertura en el nivel superior no es otra cosa que el resultado de mejoras tanto en las eficiencias terminales como en asegurar que el siguiente nivel absorba la mayor cantidad de egresados del previo.
En comparación con 1990 la secundaria ha puesto a las puertas del nivel medio superior casi el doble de alumnos. Con datos del último ciclo registrado, 2014, ya se pierden solo 19 alumnos en la trayectoria hacia niveles mayores de educación.
El mayor estrechamiento del embudo estaba en el nivel medio superior. En el primer ciclo que muestra el cuadro, éste absorbía 76% del egreso de secundaria, el cual se repartía, una cuarta parte a profesional medio y el resto al bachillerato, camino al ingreso universitario.
En el último ciclo, tanto el egreso de secundaria como la absorción de la media superior han aumentado considerablemente. Así que ahora 75 de cada 100 alumnos que ingresan a primaria cruzan el umbral del nivel medio superior, frente a 32 que lo hacían en 1990. El embudo se ha ensanchado. Un poco menos si se observa que el número de quienes optan por estudiar profesional medio ha decrecido.
No obstante, un problema irresuelto se encuentra en la inmovilidad de la eficiencia terminal del bachillerato. A lo largo de todo el periodo observado no se modifica favorablemente. Ingresan más, pero relativamente no se gradúan más.
Aquí se encuentra el origen de las mayores dificultades para lograr los elevados niveles de cobertura que se plantean. Aquí es donde el embudo aprieta. La causa permanece como una gran interrogante que no admite respuestas rápidas. Más aún, cuestiona si la propuesta es adecuada, si el objetivo planteado es sensato. No es asunto menor ni trivial.
Las condiciones vigentes señalan que incluso alcanzar una cifra como 40% parece utópico. Peor aún, si como muestran los datos más recientes, la absorción del bachillerato no solo se ha estancado, sino decrecido. Es menester desentrañar la aversión al bachillerato en curso.
Con estos elementos en la mano requiere hacerse nuevamente la pregunta sobre si buscar una cobertura de 50% es lo indicado. 2026 está lejos y no hay garantía asegurada.
Cobertura de educación superior comparada
La segunda cuestión planteada líneas arriba atañe a la estructura de la educación a partir del nivel medio superior. Una cobertura de 50% en el nivel superior requiere estar acompañada de la estructura de soporte de los niveles previos que corresponda.
La planeación para ello es de largo alcance. La estructura se constituye en un proceso de muchos años. Se forman caudales que llenan represas. Distintos flujos, distintos volúmenes, distintos fines.
En México se ha tomado la decisión (hace tiempo), similar al caso coreano: profesionalizar la economía. Hacer que funcione básicamente apoyada en profesionales egresados universitarios.
El mercado profesional, o de profesionales, crece no solo a mayor ritmo que la economía, sino por encima de la matrícula total de educación superior. Este hecho ha permitido, a diferencia de lo que en algunos estudios se llegó a especular, que el aumento en la cobertura de nivel superior a un ritmo superior al de la economía, no haya impactado negativamente el monto del desempleo profesional. No hay que olvidar que incluso se llegó a proponer restringir el crecimiento de la cobertura al ritmo de la economía, como una forma de impedir el desempleo profesional (Con ello implícitamente se asume una productividad profesional constante). Podría parecer una propuesta de sentido común. Pero la propia historia nos muestra que no es así.
Los mercados profesionales han tenido la capacidad de autorregularse de una manera inesperada, desde el punto de vista socioeconómico. Esto es, la economía ha continuado absorbiendo personal profesional con una dinámica superior a lo que su crecimiento pareciera indicar. Ello gracias a lo que podría postularse como una acción solidaria involuntaria recíproca, entre los que recién llegan al mercado laboral y los ya se encuentran empleados.
La solidaridad (involuntaria) se expresa en la asimilación de profesionales, donde todos, tanto los ya empleados como los ingresantes, aceptan asegurar el empleo a costa de un salario que en términos reales se mantiene estático, ligeramente decreciente.
En el contexto de la OCDE, México tiene una tasa de desempleo profesional por debajo del promedio. Aceptar emplearse por salarios cuya evolución está por debajo de la del nivel de precios de la economía ha permitido este resultado.
Es probable que el peso mayoritario de la contención salarial recaiga fundamentalmente en los nuevos ingresantes al mercado. El efecto promedio, sin embargo, se muestra como una masa salarial (salario promedio por número de profesionales empleados) que evoluciona por debajo del crecimiento de precios. De cualquier manera, si los salarios de quienes ya están operando en el mercado no decrecen, sí enfrentan un enorme freno a la negociación que permita mantener su poder adquisitivo.
Hasta aquí los efectos positivos (sociales) del fenómeno. Pueden postularse como: En México la creciente masa de población con estudios superiores es absorbida por el mercado de profesionales. Con ello se hace posible asegurar una baja tasa relativa de desempleo profesional, a pesar de que la economía no pareciera requerirlo. Esto, gracias a la aceptación generalizada de bajos salarios, cuya masa global evoluciona negativamente.
Existen, por otro lado, un importante conjunto de resultantes negativas de este fenómeno.
Este proceso de profesionalización, como ha sido llamado líneas atrás, es la otra cara de la moneda de una importante pérdida de productividad de la actividad económica profesional. Por cada unidad de producto (PIB) requerimos ahora mayor número de profesionales.
Podría pensarse que, incorporando a la economía personal de mayor formación escolar debiera esperarse un resultado positivo de mayor productividad. No es el caso. Por el contrario, el crecimiento de la economía no ha visto una modificación importante en su tendencia de crecimiento. De suerte que ahora cada unidad de producto requiere un mayor número de profesionales. No importa que a la economía no le cuesten más. Su incorporación es redundante. Si se puede hacer lo mismo con menos, para qué hacerlo con más.
Si el mercado laboral de profesionales no está reconociendo salarialmente la capacidad y el nivel de formación de sus miembros es porque son redundantes, por un lado. O bien, porque no ejercen las tareas propias de su supuesto nivel de formación.
El siguiente gráfico 1 ilustra el resultado de las decisiones de largo plazo en relación con la cobertura de educación superior de la población entre 25 y 34 años. Las generaciones más cercanas a la conclusión de estudios superiores.
El monto total corresponde a la población del rango descrito (25-34 años de edad) que cuenta con educación superior universitaria.
Para los fines de la discusión en curso amerita señalar dos aspectos nodales. En primer término, son excepcionales los países que han decidido lograr coberturas tan elevadas como la que se propone México en el presente. No discutiremos en el espacio del presente trabajo el conjunto de factores asociados a esta decisión, sin embargo es de la mayor relevancia dejar planteada la cuestión de su conveniencia, a la luz de lo que países industrializados han decidido.
Operar una economía como la mexicana apoyada crecientemente en profesionales universitarios redunda en elevados costos de obtención del producto final (los profesionales ejecutando tareas de menor calificación), decreciente productividad laboral profesional, elevada ineficiencia en la producción de profesionales. La deserción en el nivel medio superior es muy costosa. Además, quienes lo hacen se encuentran a la mitad de un camino cuyos resultados solo se obtienen al final del mismo. Es una deserción con un bajo nivel de capacitación laboral práctica.
¿Conviene, es prudente mantener esta ruta?
Email: rangel@unam.mx