Luis Medina Gual
Desde hace unos cuantos días nos encontramos con la tarea de enseñar y aprender desde nuestras casas. Sin dejar de mencionar que es un verdadero privilegio el poder continuar de esta manera, este tiempo me ha permitido pensar en algunas ideas sobre lo educativo. No sé ustedes, pero en mi caso, como docente de educación superior, no he podido congelar en el tiempo el semestre, para poder tomar un respiro, pensar, planear y con toda tranquilidad retomar las labores desde la virtualidad.
Este primer punto me deja ver la capacidad de resiliencia y adaptación que tanto instituciones, como docentes, estudiantes y padres de familia, han tenido frente al reto de continuar las clases desde casa. Quizá cuando el secretario de educación anunciaba que las “vacaciones” se recorrían y alargaban, algunos despistados ya se veían con casi un mes de vacaciones. Empero, de manera casi inmediata y natural, la mayoría de las instituciones invitaron (o instruyeron) a los docentes a continuar sus clases y trabajo académico a través de diferentes medios y plataformas virtuales.
Y, de manera consecuente, la mayoría de los docentes solo hicimos lo que pasa cuando tenemos que aventarnos a un mar con agua helada… cerrar los ojos, aceptar nuestro destino y simplemente saltar esperando que no esté muy hondo y frío. Claro, siempre que hacemos algo así sabemos (o esperamos) que después de unos minutos de nadar en el agua helada, nuestro cuerpo se va a acostumbrar y quizá así, podamos continuar “como si nada”.
En este sentido, tal vez, esta es una oportunidad de oro para vivir y no solo que se quede en artículos de investigación, la potencialidad y verdaderas dificultades que trae consigo el uso de las tecnologías para el aprendizaje y la enseñanza. Estoy seguro de que más de un profesor ya volteó a ver aquellos recursos que había adquirido su institución desde hace tiempo y que -por desidia u otra razón, quizá simplemente no los había necesitado- no había siquiera considerado usar hasta el día de hoy. De igual manera, esto parecería ser un catalizador de doble filo: aunque puede mostrarnos las ventajas de la tecnología en educación, también habría que advertir que las brechas de los aprendizajes de los estudiantes ahora van a verse condicionadas al acceso y conocimiento que se tenga de estas tecnologías.
Otro punto que me hizo reflexionar esta agua helada, fue repensar nuevamente qué es lo que realmente vale la pena aprender y qué es lo que realmente hace una diferencia en los procesos de enseñanza. Respecto al aprendizaje, como ya Sugata Mitra había comentado, el verdadero cambio en la educación no sólo reside en cambiar el cómo enseñar sino en replantear qué aprender. Este tiempo me ha hecho pensar también lo importante o intrascendente que puede llegar a ser lo que pretendo que mis estudiantes aprendan. Me ha dejado voltear a ver la importancia que tiene el que los estudiantes aprendan contenidos relevantes y pertinentes para sus vidas… que la manera de contribuir a su aprendizaje, a través de diferentes metodologías y estrategias de enseñanza, debe ser consecuente.
No se trata pues de sustituir clases con sesiones virtuales, no se trata de llenar el tiempo que teníamos de clases presenciales con actividades o tareas. Si bien, esto parecería ser el primer escalón de la “pirámide de necesidades” de la educación en tiempos del COVID-19, en realidad, tanto los fines de mi materia como los medios, los he intentado replantear a la luz de la importancia que deben de tener los aprendizajes para el proyecto de vida de mis estudiantes a la luz de esta nueva realidad.
En un ejemplo sencillo que he visto con algunos colegas, en lugar de que mis esfuerzos estén centrados en desarrollar una evaluación sumativa, justa, donde el estudiante no pueda copiar, en realidad creo que es mucho más trascendente el plantearme la importancia de que la evaluación sirva para que el estudiante continúe aprendiendo. Así, mis esfuerzos no están en encontrar una aplicación “anticopiado” sino en encontrar una aplicación que redoble los procesos de reflexión sobre y para el aprendizaje de mis estudiantes.
Y esto me lleva a un último punto. Este salto al agua helada creo que además de ser un reto, es una gran oportunidad para replantearnos lo que realmente es esencial en la educación. Es una oportunidad para cuestionarnos las prácticas de la educación formal, la importancia que tiene el trabajo en cuerpos colegiados y la función de la escuela o en nuestra sociedad.
Profesor del Departamento de Educación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México
@medinagual