Dra. Irán Guadalupe Guerrero Tejero
Profesora de tiempo completo, SUAyED, FFyL, UNAM
Ante las condiciones de distancia y aislamiento impuestas por el Covid-19 han surgido numerosas demandas y propuestas para virtualizar la educación y con ello numerosas problemáticas: estudiantes y docentes que carecen de dispositivos y conectividad a Internet o que deben compartir dispositivos tecnológicos; docentes que reportan no poder acceder a los contenidos televisivos o la gran dificultad de compaginar las actividades escolares con las actividades domésticas, todo ello en un contexto de estrés e incertidumbre.
Este texto surge de la observación de esas dificultades y del comentario de una colega quien se percató de que, ante estas problemáticas, proliferan las propuestas de hacer una educación a distancia con rapidez, como si de cambiar un “switch” se tratara; como si se pudiera reducir a enviar muchas tareas a los alumnos o pedirles que se conecten uniformados a cierta hora ante la cámara para pasarles lista de asistencia como se suele hacer en el aula presencial. Diferentes niveles educativos e instituciones enfrentan la dificultad de construir esta educación a distancia o virtualizar la educación. En la Facultad en la que trabajo también está ocurriendo este debate sobre cómo adaptar los contenidos, las clases y las evaluaciones presenciales a la modalidad a distancia ante la pandemia. Surge la preocupación de que los docentes solo envíen trabajos a los alumnos en vez de “darles clase”, pero también los argumentos que atinadamente señalan que el mismo riesgo enfrentan tanto la educación a distancia como la presencial.
He sido docente a distancia por ocho años. He conocido a estudiantes madres de familia que hacen sus tareas en las noches o madrugadas, tienen sesiones de chat mientras sus hijos cenan o mientras vigilan la lavadora. He observado las dificultades de los estudiantes para adquirir o reparar un equipo de cómputo, o enfrentar la lamentable pérdida de este ante un robo. Varios de mis estudiantes han cursado sus semestres entrando una vez a la semana a Internet desde la comunidad rural en la que trabajan o viven, y otros más, se han “colgado” de alguna red para poder hacer sus envíos. Todos ellos son estudiantes que han aceptado participar de una modalidad educativa que les demanda equipo de cómputo y conectividad, pero cuyas circunstancias no siempre les garantizan esta condición.
Ante las condiciones actuales, he visto de manera reiterada en publicaciones, foros y redes sociales un cuestionamiento constante en la educación: ¿qué hacer? Proliferan las recetas, los 10 consejos rápidos, los tips para hacer educación a distancia. Se dictan propuestas nacionales, se configuran plataformas y programas de radio y televisión para niños, docentes, padres y madres de familia de todo el país. Los documentos nacionales hablan de garantizar la equidad, pero aún se desconocen las acciones para niños, padres y docentes que carecen de equipos y conectividad; o de aquellos jóvenes que no son nativos digitales como se suele pregonar indiscriminadamente (Guerrero, 2019). Pero ¿qué no alcanzamos a ver en medio de esta urgencia de seguir con las actividades formativas como si el contexto de estrés que genera una pandemia de este tipo no existiera? ¿qué tendría que compartirnos la educación a distancia si esta hablara?
No es el propósito de este texto ofrecer recetas o soluciones rápidas; en cambio, pretendo compartir algunos aspectos para reflexionar que surgen de enfrentar mi trabajo cotidiano a distancia en medio de la pandemia.
La denominación educación “a distancia” intenta enfatizar el uso de algún tipo de mediación tecnológica, pero también conlleva la posibilidad de sugerir la separación, digna de cuestionamiento, entre el docente y el estudiante (García, 2014). El término “a distancia” se une a muchos otros presentes en la jungla terminológica que forma parte del mercado relacionado con estas nuevas tecnologías (García, 2014). Si bien es pertinente señalar que en la actualidad podría hablarse más de virtualización de la educación que de educación a distancia (Cfr. Rosa María Torres en COMIE, 2020); también se podría aludir al razonamiento de Emilia Ferreiro, quien ante la pluralidad de clasificaciones de la alfabetización: informática, académica, hasta beisbolística, invita a pensar en UNA alfabetización, a secas. ¿Podríamos pensar en una educación, más allá de las denominaciones o modalidades? ¿Podríamos pensar en la educación que el Covid-19 nos está obligando a crear y recrear?
Temas y problemas pedagógicos ante la pandemia: discusiones y experiencias de docentes
Las discusiones académicas que han surgido a raíz de la pandemia giran en torno a aspectos como:
- La tecnología y la conectividad. Se reitera que la tecnología es un medio que no garantiza el aprendizaje por sí mismo (Cfr. Kalman en COMIE, 2020). Las estadísticas y los investigadores confirman que vivimos en un país desigual y que la pandemia probablemente ampliará más la brecha entre aquellos que tienen o no equipamiento y la conectividad. No todos son nativos digitales y no todos tienen internet (Guerrero, 2019).
- Los actores que reciben indicaciones, pero que no son protagonistas. Schmelkes y Popoca (COMIE, 2020) sugieren que los docentes y estudiantes son los menos tomados en cuenta en estos procesos de implementación de iniciativas educativas a distancia nacionales.
- Los contenidos. Las iniciativas nacionales siguen privilegiando la transmisión y abordaje de contenidos, tanto en los programas, como en las plataformas. Algunos académicos (Cfr. Popoca, De la Torre, Kalman en COMIE, 2020) hablan de la necesidad de flexibilizar y proponer actividades auténticas de interés para los estudiantes (por ejemplo, cómo reparar una fuga, leer y escribir cartas o un cuento).
Las experiencias de los docentes nos dan un panorama aún más específico de las problemáticas. Algunos ejemplos a continuación:
- Una docente de primaria multigrado de una comunidad urbano rural ha concentrado su tiempo y esfuerzos en comunicarse con los padres de familia a través del Whatsapp, y en descargar y enviar los libros por este medio debido a que los padres no pueden abrirlos en el sitio web de la CONALITEG o en el catálogo disponible en la página https://www.aprendeencasa.mx. El acceso a estos sitios oficiales requiere una buena conexión a internet para poder visualizar los libros (algo que la autora de este texto no logró desde la CONALITEG); y los libros no están en formato descargable.
Además, algunos de los estudiantes de esta docente no tienen ni televisor ni celular de los padres en casa debido a que estos ya están en las casas de empeño ante la difícil situación económica.
- Un docente de bachillerato imparte virtualmente sus clases, pero los servicios de videoconferencia solo cuentan con 10 lugares, por lo que ha invertido tiempo en explorar otros recursos o plataformas; además de programas informáticos de edición de video para grabar y dejar disponibles las clases para los estudiantes que deseen consultarlas. El número de estudiantes que se conectan va incrementándose lentamente. A pesar de que ya empleaba una plataforma LMS (sistema de gestión para el aprendizaje por sus siglas en inglés) para el envío de estos trabajos, muchos estudiantes no logran ver sus indicaciones y comentarios. Muchos otros no intentan o logran comunicarse.
- Una docente de educación especial debe grabar y editar un video para poder enviarlo a estudiantes y padres de familia. La memoria de su equipo no soporta el peso del video y no cuenta con algún software que le permita editarlo. Al mismo tiempo, debe cuidar a su hija pequeña.
- Docentes que publican en las redes sociales dan cuenta de cómo tienen que dosificar el tiempo de la familia y de la casa, o resolver dudas a los padres mientras ellos resuelven las propias.
Es cierto que no todos nuestros estudiantes tienen computadora (medio superior y superior), no todos pueden pagar un plan de datos, no todos tienen la misma edad y las mismas características familiares, no todos disponen de un espacio especial o privado para estudiar. Pero tampoco los docentes mexicanos.
¿En qué podríamos pensar? Reflexiones e ideas para la acción a partir de la docencia a distancia
En fecha reciente, Inés Dussel reflexionaba sobre la necesidad de recrear conexiones parecidas al aula en tiempos de la pandemia o “dar la clase en pantuflas”. Comentaba cómo las alternativas surgidas se parecían más a un panóptico desde el que todos observan y vigilan a todos y cómo se ha generado un espacio de mayor interlocución entre docentes y padres que entre estudiantes. Hablaba de la “domestización” de la educación, que alude a cómo la escuela se mete a la casa y tiene que operar en conjunto con lo doméstico. Argumentaba sobre la importancia de mantener un equilibrio entre aquellas propuestas radicales que alientan a apropiarse de conocimientos nuevos y dar cierta continuidad a los saberes valiosos que promueve la escuela. Especialmente aludía a la importancia de sostener la idea de clase como punto de encuentro, como diálogo en este contexto de desaceleración impuesto por la pandemia, que nos aliente a probar y a pensar nuevas opciones en la docencia (ISEP, 2020).
Como docente a distancia coincido con varios de sus puntos de vista, especialmente con aquél que señala la importancia de abrir el diálogo a pesar de la distancia. La posibilidad de comunicarse y aprender a distancia ha existido desde que existen las señales de humo o la comunicación con tambores (García, 1999); sin embargo, empieza a cobrar forma cuando los cursos por correspondencia abren la posibilidad de que los alumnos no solo reciban información, sino que puedan enviar sus tareas a vuelta de correo y recibir una retroalimentación. Esta posibilidad de diálogo cambió la visión de que el aprendizaje se lograba por la mera transmisión de información. Nos recordó que la tecnología tendría que favorecer el diálogo; mediarlo, pero no restringirlo.
Ya sea a través de plataformas, teléfono o cuadernillos, es de vital interés pensar en el tipo de relación pedagógica que aspiramos a construir dentro o fuera de la pandemia. Existieron las señales de humo antes que el correo postal, el teléfono antes del Skype, del Zoom, del Whatsapp. Cuando no teníamos esos recursos, solíamos visitar o llamar a nuestras madres para preguntarles cómo preparar la receta de casa que añorábamos; cuando no teníamos Google maps pedíamos ayuda a la recepcionista de la escuela para conocer la ruta para llegar a un lugar. ¿Cómo aprendíamos, con, sin y a pesar de la tecnología? ¿qué clase de mediaciones necesitábamos y conseguíamos?
Por ello la reflexión y la práctica docente a distancia me hace pensar en otros aspectos que no dependen de la tecnología.
- Del contenido a la actividad de aprendizaje relevante. Coincido con Inés Dussel en que la escuela sigue siendo un lugar donde aprendemos cosas importantes. Al mismo tiempo, y a pesar de la teorización e investigación curricular, seguimos guiándonos por un currículo que es más nuestro verdugo que nuestro amigo. Los docentes podríamos hacer recortes y adaptaciones curriculares que nos permitan llegar a nuestros objetivos. Valdría la pena revisarlos y pensar ¿qué de todo esto podría lograr en mis condiciones y en las de mis estudiantes? ¿Cómo los ayudaría para lograrlo? Sé de la dificultad de convencer a nuestras autoridades educativas de realizar recortes y adaptaciones, pero es una batalla que vale la pena luchar en aras de avanzar lento y con paso firme. En la docencia a distancia que realizo contamos con 16 semanas efectivas de trabajo, por lo que una de las tareas centrales es diseñar una actividad de aprendizaje interesante o factible. Si las actividades están prediseñadas, asumo que mi labor como docente es analizarlas, ajustarlas y ofrecer recursos de apoyo para que funcionen con mis estudiantes.
- Modificar el esquema “el estudiante debe aprender y el docente debe enseñar” mediante una clase virtual. Reproducir este esquema en medio de mediaciones virtuales o de las condiciones impuestas por la sana distancia probablemente nos seguirá rebasando. Los docentes estamos aprendiendo nuevas maneras de organizar nuestro tiempo, de emplear nuevos recursos tecnológicos, de realizar adaptaciones curriculares y pruebas de ensayo y error, en medio de las actividades de casa como cocinar, comprar a distancia, cuidar a nuestros hijos. ¿Es factible “exponer contenido” en una clase virtual? ¿Nuestras condiciones de tiempo y espacio sostendrán la conexión por más de 60 minutos en medio de las pláticas familiares, los ladridos de los perros o ruidos de las mascotas, o las llamadas de hijos y bebés? ¿Nuestros estudiantes siguen teniendo servicio de Internet o a algunos de ellos se les ha suspendido por falta de pago?
Probablemente podríamos pensar en escenarios intermedios que nos alejen de la pretensión de reproducir el formato presencial en una modalidad virtual. Pensar en adaptaciones de nuestras actividades que demanden que los estudiantes realicen por sí mismos avances de estas, diseñar acciones de apoyo asincrónico para realizarlas y conservar momentos de encuentro. Mientras veía la programación para niños de “Aprender en casa” en la televisión pensaba que las indicaciones que dan para medir el perímetro de un cuarto parecían hipotéticas: “cuando tengas tiempo, consigue una cinta métrica o un metro para medir tu casa”; sin importar si los niños compartían el resultado de las indicaciones o no, después de unas horas o un día.
La educación superior a distancia se desarrolla en algunas instituciones con actividades sincrónicas, pero en mi caso contamos con un modelo de entrega y retroalimentación asincrónico semanal que permite, a través de la escritura, establecer un diálogo con los estudiantes. Se conserva además algún espacio semanal para reuniones sincrónicas, pero la actividad de aprendizaje y la posibilidad de mediarla (responder dudas, ofrecer recursos de apoyo) es lo que conlleva la posibilidad de que los estudiantes aprendan por sí mismos.
- De plataformas, redes sociales, mensajería instantánea, correo electrónico. Los sistemas de gestión de aprendizaje o LMS tienen ya una larga data de desarrollo y de sustento pedagógico (véase por ejemplo Moodle y Blackboard que son plataformas adaptadas por numerosas instituciones). Muchas escuelas (privadas y públicas) de todos los niveles han incorporado estos sistemas de gestión de aprendizaje para crear una especie de modalidad mixta (blended learning); pero esto no es una generalidad. Algunos docentes, de manera personal y para gestionar mejor la retroalimentación de actividades de grandes grupos de estudiantes, han elegido estas opciones. Sin embargo, esto no es una generalidad, es un entorno nuevo para muchos docentes, aún cuando el contenido ya esté precargado y las actividades de aprendizaje delimitadas. Habrá que analizar los procesos de retroalimentación y las acciones tecnológicas y pedagógicas que estos entornos demandan. La condición de conectividad descrita anteriormente también habrá de considerar si esta es la mejor opción para estudiantes de educación básica o que carecen de Internet. Cabe preguntarnos si el uso de correo electrónico, alguna opción de red social o el Whatsapp pueden resultar más eficientes y factibles de emplear para un sistema de envío y retroalimentación de actividades. Como docentes tenemos derecho a preguntarnos y probar qué nos funciona mejor para diversificar y flexibilizar los envíos.
- Repensar la noción “actividad de aprendizaje” y su distribución temporal. En las redes se puede encontrar el caso de un padre que diseña una actividad diaria con sus hijos, quienes no necesitan estar “conectados para aprender” o escuchar una clase virtual para conocer las obras de arte presentes en el Museo del Louvre. Popoca (COMIE, 2020) compartió la idea de flexibilizar las actividades; invitaba a dejar de concentrarse en los contenidos para abrir posibilidades a los proyectos de publicación siguiendo a Freinet o a las actividades de lectura. Kalman ejemplificó con el uso de preguntas y situaciones generadoras como ¿cómo resuelvo una fuga de agua? O ¿de dónde vienen los alimentos que consumimos? Estos serían escenarios ideales. Sin embargo, los padres de familia corren para cumplir las demandas del propio trabajo (presencial o virtual, si se está en esa favorable condición) y ayudar a los hijos a cumplir las demandas de la SEP o de aquellas impuestas por la contingencia. Los docentes de cualquier nivel educativo, nos enfrentamos a las ineludibles demandas institucionales y a la atención de grandes grupos de estudiantes. ¿Qué padre o madre de familia tendrá tiempo para pensar este tipo de actividades? Algo de flexibilidad (Cfr. Popoca en COMIE, 2020) en los diseños nacionales vendría bien, y algunas propuestas razonadas de actividades de aprendizaje interesantes, una diaria con aprendizajes transversales que mantengan ocupados a los estudiantes durante un par de horas podrían ayudar a padres, madres y docentes. ¿Por qué no plantear un escenario con una fracción de indicaciones (TV, radio, cuadernillo, Whatsapp), una fracción de trabajo individual, una fracción de tiempo de revisión y apoyo del docente y una fracción de tiempo para envío? Probablemente podríamos explorar cómo realizar una discusión en un foro en el que se promueva mandar opiniones sustentadas en evidencia sobre situaciones interesantes y vinculadas con los aprendizajes del día. Esto nos permitiría avanzar, de manera acotada con los contenidos y promover otro tipo de aprendizajes asociados: manejo del tiempo, llevar una agenda o una tabla de horarios, hacer búsquedas por cuenta propia, usar libros o fuentes de información que tengamos en casa y no necesariamente en el Internet.
- Comunicación. Resulta irónico pensar que, en un contexto tecnologizado no generalizable, poco sabemos de nuestros estudiantes. Esta es la parte que es más difícil para mí como docente a distancia, acostumbrada a lidiar con un calendario en el que el tiempo es precioso. ¿Les hemos preguntado cómo están o cómo se sienten en la contingencia? ¿Conocen a alguien que haya enfermado? ¿Cómo viven este proceso?
Las sesiones sincrónicas semanales o eventuales, no necesariamente diarias, podrían representar una buena oportunidad para estos intercambios.
- Acompañamiento, apoyo y retroalimentación de los profesores. A pesar de contar con plataformas, actividades o planeaciones prediseñadas, siempre cabe la libertad de cátedra, o la imaginación pedagógica si se prefiere. Mas importante aún es pensar en la libertad de diseñar acciones que nos permitan acompañar a nuestros estudiantes. Estas no se restringen a acompañarlos mediante una cámara en una sesión virtual: unas buenas preguntas, recomendaciones o recursos para desarrollar la actividad, señalar con ejemplos o modelos lo que queremos que logren con nuestra ayuda o sin ella, pueden ser recursos poderosos para acompañarlos.
Asimismo, será pertinente explorar maneras de que ellos nos hagan llegar sus evidencias de aprendizaje y cómo podemos ofrecer una retroalimentación para valorar, no necesariamente evaluar, lo realizado. Probablemente esa sea la intención de implementar Google Classroom en educación básica, pues esperar a regresar de la contingencia con una carpeta física de experiencias (con cuatro o cinco actividades en promedio) podría ser un esfuerzo para el que los docentes no necesariamente dispongan tiempo de retroalimentación y evaluación en un eventual regreso a clases presenciales.
Este es el momento de cuestionar como docentes, a qué destinaremos los esfuerzos y en qué invertiremos las energías en este trabajo en casa. Pensar en la retroalimentación más como una devolución de la actividad y un diálogo que permita al estudiante hacer algo diferente con su actividad podría ser una alternativa que alivie el peso de tener que evaluar o calificar (Cfr. Schmelkes en COMIE, 2020), que nos impulse a reflexionar sobre qué y cómo podemos evaluar en este tiempo de pandemia; tal vez sería mejor pensar en criterios de valoración. Puede ser también una oportunidad potencial para desarrollar un diálogo mucho más pensado y útil en este tiempo. Señalar aspectos de fondo relacionados con la expresión de las ideas es algo que las entregas apresuradas y a destajo en las actividades cotidianas de un salón de clases no siempre permiten; tal vez, la distancia sea una oportunidad para el diálogo diferido y para cultivar la paciencia, como cuando esperábamos ansiosos la respuesta de una “carta” en papel.
A manera de corolario
Cuando inició la jornada de sana distancia creí experimentar un deja vú. Me repetí la frase “esto ya lo he vivido antes” y concluí que esta no era una nueva situación. La había vivido durante el sismo de 2017 cuando permanecí en casa atendiendo a mis estudiantes quienes encontraban en el proceso de realizar sus actividades de aprendizaje una catarsis de la crisis nerviosa. Como docente, además de retroalimentar las actividades, sugería recursos como líneas telefónicas de apoyo psicológico que yo misma estaba dispuesta a usar si así hubiese sido necesario. La educación a distancia como modalidad tiene algunas cosas que decirnos ante la demanda de virtualización de la educación; tiene algunas experiencias que compartir en contextos de encierro o aislamiento: pandemia, contingencia por contaminación. Los motivos parecen repetirse y las necesidades de emplear todos los recursos disponibles nos obligarán a pensar en todas las soluciones posibles, con tecnologías electrónicas o no, para resolverlas. Con tecnología o sin ella, los procesos de enseñanza-aprendizaje no se pueden reducir a reproducir el formato presencial: conectarnos y “dar la clase”; tampoco se pueden reducir a “abarcar o cubrir todos los contenidos”; posiblemente necesitemos regresar a cuestionarnos quiénes son nuestros estudiantes, cómo viven, mirar debajo de “lo evidente” o “lo naturalizado” y preguntarnos ¿cómo crear las mejores oportunidades de aprendizaje para ellos? Probablemente sea el momento y la oportunidad de las autoridades educativas para hacer cuestionamientos similares respecto a sus docentes: ¿quiénes son? ¿cómo viven? ¿qué dificultades enfrentan y cómo les podemos generar mejores condiciones para hacer un trabajo creativo y autónomo a pesar de las circunstancias?
Las situaciones problemáticas ofrecen posibilidades de reinventarnos, de hacer acopio y uso estratégico de recursos viejos y nuevos. Tal vez esta pandemia (y no la tecnología ni la distancia) nos coloque en una nueva vía, la de recrear la educación que queremos.
Referencias
Consejo Mexicano de Investigación Educativa (COMIE). (2020, abril 22). Foro virtual de análisis “La investigación educativa en tiempos del COVID-19. [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=kmDxp4-Ye-U&feature=youtu.be
Instituto Superior de Estudios Pedagógicos (ISEP). (2020, abril 23). “La clase en pantuflas” | Conversatorio virtual con Inés Dussel. [Archivo de video]. Recuperado de
https://www.youtube.com/watch?v=6xKvCtBC3Vs
Guerrero, I. (2019). “No eres tan inteligente, computadora”: articulaciones necesarias entre alfabetizaciones digitales y reconfiguración identitaria en la EPJA mexicana. Revista Latinoamericana de Estudios Educativos (México), XLIX (1), 131-154. Disponible en https://www.redalyc.org/jatsRepo/270/27058155008/27058155008.pdf
García Aretio, L. (2014). Bases, mediaciones y futuro de la educación a distancia en la sociedad digital. Madrid: Editorial Síntesis.
García Aretio, L. (1999). Historia de la Educación a Distancia. Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Revista Iberoamericana de Educación a Distancia, 2 (1), 11-40.