Reacciono a bote pronto, luego de leer las declaraciones que recoge Laura Poy (La Jornada, 25 de abril de 2014), proferidas por Fernando Serrano Migallón, subsecretario de Educación Superior de la SEP, porque es menester decir algo.
Es cierto, la reforma educativa en Básica y Normal nos ha distraído de lo que sucede en la Educación Superior, pero hay declaraciones y propuestas que no pueden dejarse pasar. Transcribo un extracto de la nota periodística:
“El subsecretario (…) Serrano Migallón, consideró que existe una obcecación por ingresar a determinadas instituciones públicas de educación superior entre los miles de jóvenes que cada año se quedan fuera de las aulas universitarias por falta de espacios educativos. Consideró que prevalece un desconocimiento de la oferta del sistema nacional de educación superior, lo que genera universidades con lugares vacíos y otras saturadas”
Desde hace décadas, se afirma, por parte de las autoridades e incluso analistas y expertos, que los que están equivocados son los aspirantes pues, por desconocimiento de la amplia y generosa oferta de lugares para ingresar a la educación superior que ha generado la SEP, se afanan en la búsqueda de un espacio en la UNAM, la UAM, el Poli y otras universidades estatales o institutos tecnológicos fuertemente selectivos (mucha más demanda que oferta).
“Tercos”, han dicho algunos de los subsecretarios. Otros dijeron, en corto y en largo, frente a este problema: “Mira: si quieren estudiar derecho, que se frieguen y paguen en una privada”. Y ahora, el Dr. Serrano dice que son obcecados.
El diccionario aporta sinónimos del adjetivo que endilga el subsecretario a los muchachos y muchachas que intentan entrar a esas pocas instituciones, en lugar de llenar las maravillas (¿?) que se quedan con lugares disponibles: obstinado, empecinado, obseso, empeñado, terco, testarudo, tozudo.
Aprovechemos el viaje y, sin que sean las palabras específicas del funcionario, al leerlas uno imagina a una “bola” de obstinados, inconscientes empecinados, urgidos de psiquiatras por obsesivos, montón de tercos, recua de testarudos o incoercibles tozudos. ¿Es así? No lo creo.
Serrano Migallón ahora, pero también quienes le antecedieron: Daniel Reséndiz, Julio Rubio o Rodolfo Tuirán (ya acabalan casi 20 años, y contando) piensan como ingenieros o resultaron alquimistas pues pretenden tener la posibilidad de manejar a los actores sociales como materia inerte. Parecen calculistas: “Si hay tal demanda y tantos lugares, caben todos y han de caber”. Al ser rejego el comportamiento social, parecen suponer que “no más por dar lata y generar problemas, insisten en algunas y desprecian otras opciones”.
Si nuestros funcionarios tuvieran (o no olvidaran en sus decisiones) sensibilidad social al menos incipiente, comprenderían que esa tendencia no se explica porque desconozcan las opciones alternativas, sino porque las conocen o sospechan (con base en conocimientos socialmente fundados) que otorgan certificados con menos valor de cambio en el mercado y en el sistema de prestigios. No se puede afirmar que así sea en todos los casos (hay opciones no universitarias de gran calidad) pero es preciso recordar que aún siguen siendo, la mayoría de los aspirantes, los primeros de sus casas y sagas familiares en aspirar a la universidad. Luego de tanto esfuerzo, ¿es lo mismo para la muchacha o el chavo ingresar a medicina o derecho en la UNAM, que ser aceptado como técnico superior universitario (TSU) en refrigeración industrial? No. Y esa esperanza no se quita con un discurso de que lo que necesita el país son técnicos, puesto que no es un asunto racional del todo, y porque, bien a bien, no es cierto: nuestro desarrollo no está ávido de conocimientos técnicos en serio.
Por eso insisten: porque hay conocimiento, a veces no el que quisieran los planificadores, pero siempre expectativas. Suelen argumentar los directivos de la SEP que las carreras tradicionales ya no dan empleo… Si esto fuera cierto, las instituciones privadas de gran costo económico no las abrirían y, sin embargo, son en esas licenciaturas donde han crecido, cobran más aunque no necesariamente otorguen conocimiento fundado… así como Acapulco garantiza 300 días de sol, estas instituciones aseguran que quizá no se sabrá escribir como es debido, pero eso sí: las relaciones con conocidos matarán las fallas en el conocimiento.
Los jóvenes saben, advierten, intuyen que la oferta de educación superior, tomando en cuenta las instituciones y sus tipos, está segmentada: hay boletos de primera, negocios y clase económica en aviones, y otros son asientos en autobuses ETN, Flecha Amarilla… o un guajolotero. ¿Se equivocan al intentarlo? ¿Son obcecados o más bien tienen expectativas que el sistema, a su juicio, les incumple, otorgando gato por liebre?
Podrán estar apostando a perder, pero tienen derecho al menos a eso. ¿O qué? ¿El Ingeniero Reséndiz y los doctores Rubio, Tuirán o Serrano hubieran escogido, hoy, estudiar en una Universidad Tecnológica, o en una Institución intercultural? Creo que no, y el que esto escribe tampoco: con la ventaja de nuestro origen social, tendríamos oportunidad de ir a donde van los obcecados pero, por razones ajenas al mérito personal, ingresar. ¿De obcecados pasaríamos a ser prudentes? Hay, en la sociedad, expectativas, ilusiones que viajan en tranvía, una diferencia abismal entre Ciudad Universitaria de la UNAM y la UT del Mezquital, aunque sea una Universidad Tecnológica muy buena.
El problema existe y no quiero minimizarlo; lo que considero inaceptable es que se califique a estas muchachas y muchachos como tozudos irredentos: al menos no hay que criticarlos por comprar un boleto de la Lotería o el Melate, si así lo consideran los funcionarios, ni dejar que, por su esfuerzo, intenten ir a donde quieren ir. En sus fracasos, sin duda y en su caso, mandan ellos y las circunstancias pavorosas de la educación en el país son causa mayor que su “falta de tino para saber dónde sí serán aceptados”.
En el éxito de los pocos que ingresan ahora a las instituciones de alta competencia, pero incluidos los señores subsecretarios y, de nuevo, el que esto escribe, no hay tanto esfuerzo y mérito (¿Nos quemamos las pestañas en serio para ser universitarios?) como circunstancias que no elegimos, pero que nos dan ventaja, pasaporte a la primera clase, y premier (hasta doctorado a todos los nombrados…) Reconocer esto es, a mi juicio, de elemental sensibilidad.
Al final, ¿no será una posición muy parecida a la que critica el subsecretario (obcecada) la que asumen los gerentes del sistema, al reiterar que los que no siguen sus instrucciones se equivocan? Es lo malo de no tener idea de la complejidad de las expectativas: si lo que pasa en la sociedad no se ajusta a las políticas -parecerían decir-, peor para la sociedad que no obedece ni conoce de razones. Yo, al menos, protesto. Me asocio a la expectativa de los obcecados, y me cala su desilusión, pues es evidente (o debería serlo) que nadie decide dónde se nace… Y en este país, equivocarse al nacer es gravísimo. Esa es la cuestión.
ESCRIBEN SOBRE EL TEMA:
José Blanco. La oferta de educación superior
Manuel Gil. Breve elogio a la terquedad
Roberto Rodríguez. ¿Obcecados?