El modelo educativo y propuesta curricular que presentó el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, el 20 de julio, contiene elementos que orientarán a la Reforma Educativa más allá de lo administrativo y laboral. Esto no significa que por el hecho de que la apuesta sea lógica la sustancia cambiará.
Aunque se apoya en el enfoque de la nueva gerencia pública —de moda entre organismos intergubernamentales—, el texto tiene virtudes que permiten la intromisión de visiones democráticas. Fuera de la horrible palabra gobernanza —en lugar de gobernación— y el abuso de la frase “en este sentido”, el lenguaje es claro en los tres documentos.
Los fines de la educación en el siglo XXI es breve y encuadra las expectativas sobre lo que los alumnos deben aprender al final de cada ciclo. Son siete ámbitos que cubren un panorama pedagógico casi completo. ¡Ambicioso!
La Propuesta curricular para la educación obligatoria 2016 especifica cómo y de qué manera se pueden alcanzar esos fines. Este volumen describe cada programa por grado escolar. Es lo que muchos maestros pedían: explicaciones de qué hacer, cómo y cuándo. En lenguaje coloquial: es la forma de la Secretaría de Educación Pública de decir “nuestra reforma es educativa, no nada más laboral”. Responde a una demanda del magisterio. Es aquí donde la participación de los maestros comunes puede ser numerosa. El texto abraza un lenguaje que les es familiar.
La pieza fuerte, que engrana los fines con las expectativas, es El modelo educativo 2016: el planteamiento pedagógico de la reforma educativa. Es un documento de política —en su doble acepción de planteamiento estratégico (public policy, en inglés) y de contienda por el poder— que especifica el propósito de mejorar la educación. También perfila el deseo de atacar la tradición dominante: la pedagógica memorista.
Ese documento comienza con una alegoría sobre la necesidad de la reforma, un diagnóstico parco pero correcto acerca de las fallas del modelo existente y ratifica la voluntad del gobierno de llegar al fondo. El capítulo final define los límites de la rectoría de la educación.
Seguir el orden de la propuesta no es la mejor manera de hacer una reseña, pero me justifico por la brevedad del escrito periodístico.
El primer capítulo recupera la oferta con la que el secretario Nuño comenzó su campaña por la reforma: poner la escuela al centro. Desde la reforma constitucional se habló de autonomía de gestión (sic, por administración) escolar; un concepto reduccionista. En El modelo… se brinca a la autonomía curricular, una noción cercana al concepto kantiano de albedrío personal, independencia de criterio y potestad moral. Esta apuesta es esperanzadora; lo sostengo desde una perspectiva democrática.
Además, la oferta de autonomía va asociada a otros augurios: acompañamiento a los nuevos maestros, revisión de materiales educativos, infraestructura (otra demanda magisterial) y, un asunto fundamental, reducir la carga administrativa a los docentes y directores. Si se lograra la mitad de ellos en, digamos, ocho años —el tiempo de maduración—, sería un avance considerable. Implicaría romper muchas barreras; lo que no es el fuerte de este gobierno.
El segundo capítulo dirige al lector al volumen sobre el cambio curricular. Lo notable: emplaza por delante al humanismo sobre los enfoques economistas. Aquí, más que pensar que sea una maniobra propagandística, me pronuncio por convertir al texto en práctica cotidiana. Habrá que bregar por ello.
No porque esté en la propuesta, sino porque así es desde tiempos inmemoriales, el maestro es el eje de la reforma y del modelo, a su figura se le carga la mayor responsabilidad. La propuesta acentúa más el profesionalismo que la evaluación. El lenguaje es edificante, no de amonestación. El miércoles que viene abundaré en este asunto.
De nuevo, no porque el gobierno se lo proponga, el escenario se cumplirá, pero vale la pena tomarse en serio la apuesta que hace por la inclusión y la equidad; son prescripciones de quienes, desde hace décadas, pugnamos por un proyecto de educación democrático y equitativo. Una edutopía, como la definí en Educación, colonización y rebeldía, uno de mis libros recientes.
El modelo retoma la idea de la rectoría de la educación. Lo hace con conceptos de relaciones políticas entre SEP, INEE, SNTE (incluye a la CNTE), padres de familia, legisladores y gobiernos estatales. Hay conciencia de los límites; el Estado es más que la SEP.