Es un hecho ampliamente reconocido que México tiene un déficit de universitarios. Comparado incluso con otras naciones latinoamericanas como Chile y Argentina, el porcentaje de jóvenes que ingresan a las instituciones de educación superior en el país es bajo, no se diga en relación con países industrializados como los de la OCDE. Esta situación ha llevado a un consenso sobre la necesidad de incrementar la matrícula universitaria a un ritmo mayor del que se ha venido haciendo en las últimas décadas.
El llamado al incremento en la matrícula universitaria también tiene aliados entre quienes se preocupan por la desigualdad en el acceso a la educación superior. El argumento parece irrebatible: si la cobertura de la educación superior crece, esto beneficiará a los sectores sociales más desfavorecidos, que han sido históricamente los excluidos. A mayor cobertura, menor desigualdad.
No obstante, la realidad social se empeña en contradecir esta lógica bien intencionada. El sentido de la asociación entre el nivel de cobertura universitaria y la desigualdad en el acceso resulta más complejo de determinar de lo que parece a primera vista. Esto es así debido a que en la relación entre cobertura y desigualdad intervienen dos mecanismos que pueden conspirar contra una mayor equidad: el acaparamiento de oportunidades y la segmentación institucional. En esta entrega me referiré al acaparamiento de oportunidades. En entregas posteriores trataré la segmentación institucional.
¿Qué es el acaparamiento de oportunidades? Para ilustrar podemos pensar en una situación hipotética de un pueblo en el que un bien o producto es escaso y altamente deseado por todos los estratos sociales. Imaginemos, para usar un ejemplo de moda, que este producto es el limón. Todo mundo en el pueblo está sediento de limonada y hay muy poco limón en el mercado. Los ricos y poderosos del pueblo acaparan una gran parte del poco limón que se consigue, e incluso así no satisfacen su sed de limonada. Existe gran desigualdad en el acceso a la limonada.
Llega un cargamento con un poco más de limón. Aumenta moderadamente la oferta de limón en el mercado. Pero, lejos de repartirse el limón entre los que tenían menos, los ricos y poderosos hacen todo lo posible por apropiarse de la nueva oferta, pues su demanda no ha sido satisfecha completamente. Tienen más poder adquisitivo y compran más limón, tienen amigos comerciantes que les dan trato preferencial en la venta del limón, son considerados más honorables, importantes, esforzados (o incluso inteligentes), y por eso tienen preferencia en el acceso al limón. El resultado: aunque aumentó la oferta del limón, las desigualdades en el acceso a la limonada siguen siendo altas.
Una situación similar puede ocurrir con la cobertura de la educación superior. Los niveles históricos de cobertura son tan bajos que la demanda de acceso es alta en todos los estratos sociales. En estas condiciones, el incremento en la cobertura de la educación superior no garantiza una distribución de oportunidades más equitativa, pues los estratos sociales altos harán valer su posición de ventaja para apropiarse de una mayor tajada de las nuevas oportunidades.
El ejemplo del limón es una situación ficticia, desafortunadamente la desigualdad en el acceso a la educación superior no. La evidencia empírica sugiere que el incremento pasado en la cobertura de la educación superior en México no se tradujo en una reducción sustantiva en la desigualdad de oportunidades de ingreso a este nivel educativo.
El Cuadro 1 presenta los resultados de cálculos propios basados en la Encuesta Demográfica Retrospectiva, una encuesta levantada en 2011 por INEGI en las 32 ciudades más importantes del país y diseñada por un grupo de académicos de El Colegio de la Frontera Norte, el Colegio de México, y otras instituciones académicas nacionales y extranjeras. El cuadro muestra el porcentaje de jóvenes que ingresaron a la educación superior por cohorte de nacimiento y estrato socioeconómico de la familia de origen (alto, medio y bajo). En la cohorte de nacidos entre 1951 y 1953, es decir, la cohorte que llegó a los 18 al inicio de los años 1970, sólo 14.5% tuvieron estudios superiores. La cobertura se incrementó en las dos cohortes siguientes, hasta alcanzar 25.9% en la cohorte 1978-1980, que llegó a los 18 entre 1996 y 1998 (según estimaciones para cohortes más recientes, la cobertura ha seguido creciendo hasta alcanzar actualmente niveles por encima del 30%).
¿Se redujo la desigualdad como resultado de este incremento en la cobertura? Aunque en la cohorte 1951-1953 la cobertura general era baja, la desigualdad por nivel socioeconómico era amplia. Sólo 4.0% de las personas provenientes del estrato bajo lograron ingresar a la universidad, frente a 31.1% de las del estrato alto, es decir, una brecha relativa de 7.8 a 1. En las cohortes siguientes aumentó la cobertura en todos los estratos, pero lo hizo mucho más en el estrato alto, que por primera vez superó la marca de 50% en la cohorte 1978-1980. Como resultado, la brecha relativa en oportunidades de ingresar a la educación superior se mantuvo prácticamente constante, 7.4 en la cohorte 1978-1980. Lo mismo puede concluirse de las brechas relativas entre todos los estratos.
Es decir, como en el ejemplo ficticio del limón y la limonada, el incremento inicial de la oferta educativa en educación superior no modificó la condición inicial de acceso desigual a los estudios superiores. La desigualdad de oportunidades se mantuvo constante. Los jóvenes provenientes de familias de estratos altos tenían una situación económica que les facilitaba seguir estudiando; estaban inmersos en una red de relaciones que les daba mayor información y acceso a opolrtunidades educativas; e incluso si el acceso a algunas universidades públicas estaba regulado exclusivamente por criterios “meritocráticos” como un examen de admisión, disfrutaban de condiciones sociales de mayor educabilidad y acceso a mejores escuelas en los niveles previos, por lo que sacaron la delantera también en los exámenes. Todo esto los situó en tal condición de ventaja que resultaron ser los más beneficiados del incremento en la cobertura.
En tanto no se aproxime un nivel de saturación de la demanda de los sectores altos y medios (situación que todavía está muy lejana dados los niveles actuales de cobertura), no existe nada que impida que los mecanismos de acaparamiento sigan operando, y que futuros incrementos de la cobertura tampoco traigan consigo mayor equidad en el acceso a la educación superior.
Parecería que, en aras de una mayor igualdad de oportunidades, sería necesario discutir la instrumentación de medidas compensatorias más agresivas en los procesos de admisión de nuestras instituciones de educación superior. Estas medidas deberían garantizar un mayor acceso a la educación superior a los estratos sociales desfavorecidos, reduciendo el acaparamiento de oportunidades asociado a ventajas sociales de origen en recursos económicos, capital social, y condiciones de educabilidad.
El autor es profesor-investigador del Centro de Estudios Sociológicos, de El Colegio de México.