Rosa Guadalupe Mendoza Zuany*
Resumen: Como madre e investigadora educativa, he descubierto que mi hijo y mis hijas han logrado múltiples aprendizajes “in-esperados” y esperanzadores durante el confinamiento en casa: creación artística que alimenta el espíritu, acciones para la sobrevivencia ante la crisis socio-ecológica, empatía y cuidado, generación de preguntas y alternativas para el mundo que estamos viviendo. Valoramos y extrañamos la escuela, pero para el mundo post-Covid19 creemos –como familia– que esta tendrá que replantearse, y los fines de la educación también deben repensarse.
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En nuestra casa amamos y valoramos la escuela como institución, pese a las múltiples críticas que se han hecho sobre su rol como reproductora de un sistema socioeconómico y político que está en franco cuestionamiento, el cual se ha agudizado ante la pandemia. Creemos en la importancia de la escuela para la transformación del mundo en el que vivimos y como elemento clave para alcanzar la justicia social.
“Me siento muy escolar”, me dijo hace días mi hija mayor cuando recordaba sus actividades en la escuela. Lo dijo en tono de añoranza y de orgullo. Sin embargo, este amor de mis tres hijos por la escuela ha generado efectos ambivalentes y sorprendentes. Por un lado, extrañan a sus maestras y maestros, a sus amigos y amigas, a las personas especiales que admiran y quieren y forman parte de su mundo. Por otro lado, han construido una dinámica que nos ha embarcado todos en casa en un proceso de aprendizaje.
No nos preocupa el logro de aprendizajes esperados[1], porque tanto mi esposo como yo pensamos que deben estar sujetos a revisión y ser replanteados ante el advenimiento del mundo post-Covid. Muchas veces, durante el confinamiento, hemos platicado sobre cómo posicionar, en el ámbito educativo, la preocupación por propiciar una discusión sobre la educación que requerimos para repensar nuestra posición en el planeta, si es que queremos sobrevivir. Hemos pensado en la necesidad de ir más allá de preguntarnos cómo resolver la “presencialidad” o la virtualidad, para preguntarnos qué es lo que debemos aprender para habitar este nuevo mundo y para que este sea justo.
Con estas ideas en mente, hemos decidido atender –sin estrés, ni exigencias– lo que las escuelas de nuestros hijos han planteado como alternativas para la conclusión del ciclo escolar: actividades en cantidad suficiente, bastante razonables y que no abusan del uso de pantallas, lo cual nos agrada. Nuestros hijos disfrutan y se auto administran sus tareas. El resto del día crean, juegan, ayudan en casa y con ello logran aprendizajes in-esperados.
La creación se ha desatado. Han escrito e ilustrado sus propias historias, han escrito poesía, han leído novelas que los han inspirado en su proceso creativo. La acción orientada por la conciencia de una crisis socio-ecológica se ha intensificado. Han puesto más atención al cultivo de sus hortalizas y al cuidado de nuestras gallinas que diariamente nos regalan huevos deliciosos. Han decidido no imprimir una sola hoja para sus actividades escolares. Han escrito planes concretos para cambiar el mundo. La empatía y el cuidado han imperado. Han mantenido un clima, la mayoría de las veces, amable entre hermanos y han cuidado el espacio en el que vivimos intensificando su involucramiento en la limpieza. También han establecido comunicación con amigos que no están compartiendo este confinamiento. Han estado pendientes de otros niños y niñas, preguntándoles sobre sus familias y amigos. Las preguntas sobre el futuro emergen regularmente. Se cuestionan sobre lo que nos deparará la realidad cuando salgamos del encierro. También han intentado responderlas de un modo esperanzador y propositivo.
Todos estos son para mí, como madre y como investigadora educativa preocupada por articular el enfoque intercultural y las preocupaciones socio-ecológicas que debemos afrontar también desde el ámbito educativo, aprendizajes in-esperados, pero absolutamente imprescindibles en el mundo que vivimos y viviremos. Estoy llena de esperanza y de ideas para emprender acciones hacia una educación y una escuela que contribuya al replanteamiento del mundo en el que vivimos. Por ello, considero que cada escuela y cada comunidad educativa tiene el reto de “ir más allá”, que simplemente redefinir la modalidad educativa a la que tendremos que recurrir si nuestro mundo sigue enfrentando pandemias, como resultado de la crisis ambiental de la que, como humanidad, somos responsables. Por “ir más allá” me refiero a que necesitamos replantearnos los fines de la educación, el currículum, el lugar que le damos en el ámbito educativo al cuidado de nuestro entorno, de nuestras comunidades y de nosotros mismos, en el plano familiar e individual.
Tengo esperanzas. Estoy segura de que esta experiencia propiciará muchos aprendizajes in-esperados.
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[1] Término que usa la SEP para referirse a los objetivos curriculares.
Investigadora de tiempo completo del Instituto de Investigaciones en Educación de la Universidad Veracruzana y miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde 2007. Es como Doctora en Política por la Universidad de York, Reino Unido y sus áreas de interés son: políticas educativas para la interculturalización de la educación superior, educación indígena, evaluación de políticas educativas, interculturalidad e inclusión educativa.