Juan Carlos Silas Casillas
Sylvia Vázquez Rodríguez
Han pasado ya seis semanas desde que las instituciones de educación superior (IES), como parte del sistema educativo nacional, se vieron forzadas a trasladar su docencia de la modalidad presencial a la virtualidad. La mayor parte de las IES comenzó a ofrecer sus clases de manera virtual el 23 de marzo tras un periodo francamente breve de preparación para “migrar” los cursos.
Como antecedente se puede decir que el 28 de febrero se notificó a la ciudadanía la detección, en la Ciudad de México, del primer enfermo de COVID19, esa enfermedad viral que inició en China a finales de 2019. Las instituciones educativas estaban funcionando con normalidad; académicos, directivos, alumnos y sus familias pensaban más en resolver la operación escolar cotidiana o incluso qué hacer en las vacaciones de abril, que en las implicaciones que tendría la llegada del virus a México. Sin embargo, llegó, y con su arribo se trastocó la vida de todos los implicados.
Las autoridades sanitarias y educativas tuvieron un poco más de dos semanas para valorar escenarios y determinar el cierre de los planteles educativos, lo que implicó el traslado de miles de clases, planteadas para ser llevadas a cabo de forma presencial, a ser conducidas a distancia, con los medios que se pudiera. En educación básica cerraron las escuelas, inicialmente del 20 de marzo al 20 de abril, mientras que las IES continuaron sus actividades de manera inmediata o con poco tiempo para prepararse en vistas a esta migración masiva de cursos y actividades. Algunas instituciones diseñaron cursos de capacitación para que sus académicos contaran con más bases para esta migración, otras indicaron un mecanismo único a ser usado por todos, y muchas otras tuvieron que limitarse a ofrecer consejos y apoyo para lo que Luis Medina Gual llamó “el salto al agua helada” en su texto publicado en Educación Futura el 4 de abril. Organizaciones que aglutinan IES, como la Red de Innovación Educativa buscaron apoyar a los académicos con recursos teóricos y metodológicos en línea.
Por otra parte, desde finales de marzo a la fecha se han escrito textos que proponen reflexiones sobre cómo los actores de la educación superior han sorteado las circunstancias de la Vida COVID19. La gran mayoría señala cómo ningún país estaba preparado para estas circunstancias, cómo el escenario nos muestra con crudeza la lacerante inequidad en el sistema educativo y aportan datos comparando las realidades de comunidades y alumnos de instituciones de diferentes tipos. Algunos otros textos han reflexionado acerca de las oportunidades que brinda la pandemia para repensar lo que hacemos bien y lo que se nos queda pendiente en la educación superior.
A la luz de este complejo fenómeno, el Grupo de Investigación sobre la Educación Superior en Coyuntura (GIESuC), un grupo de académicos en Guadalajara, se propuso retratar la vivencia de los estudiantes que tuvieron que transformar repentinamente el modo en que se acercan al aprendizaje y de los académicos que trabajan en instituciones de educación superior, que se vieron forzados a reconstruir sus cursos en pocos días. Para ello se desarrollaron sendos cuestionarios (para estudiantes y académicos), mismos que se difundieron por redes personales y sociales entre el 24 de marzo y el 30 de abril.
El reporte final se divulgará el 15 de mayo, emblemática fecha para los maestros, pero es importante ofrecer en los siguientes párrafos una breve descripción de los primeros hallazgos referentes a la forma en que los profesores de educación superior están viviendo esta experiencia de virtualidad educativa “forzada”.
Se obtuvieron 1,310 respuestas válidas de profesoras y profesores. La edad promedio fue de 46 años, con una variación desde 24 hasta 75 años reportados. En relación con el género de los participantes, existe una ligera mayoría de hombres sobre mujeres (52% vs 48%). La gran mayoría de los participantes señaló laborar en México, sin embargo, las respuestas incluyen otros 11 países latinoamericanos.
El primer dato llamativo es que 85% de los académicos se dedicaba a impartir cursos de manera presencial, lo que implica que su forma de hacer docencia se trastocó sensiblemente y no cuentan con muchos asideros teóricos o prácticos para transformarla. En este sentido es interesante ver la consistencia en las respuestas y, aunque existen resaltables diferencias, los profesores están haciendo frente a esta transición echando mano de tres elementos fundamentales: 1) su experiencia personal, 2) la capacitación que les ofreció su institución y 3) la autoformación a través de cursos que ellas y ellos han tomado por su cuenta.
Afrontar la urgente transformación de su docencia los tomó “con la guardia baja” y han tenido que plantear un volumen alto de actividades a sus alumnos, que se convierten en sucedáneas de las horas usualmente dedicadas al aula y las de tiempo individual. Esto ha tenido un costo particularmente alto en sus jornadas diarias; más de la mitad señaló que ahora en “modo confinamiento” deben dedicar más horas que las usuales a planear, asignar, revisar y retroalimentar tareas. En números redondos, 78% de los profesores incluyó actividades sincrónicas y trabajo asincrónico en su curso rediseñado, 10% sólo trabajo asíncrono, mientras que 12% estableció exclusivamente reuniones sincrónicas, lo que tiene un desgaste importante en su día a día.
Sobre la manera en que se ha visto afectada la frecuencia con que interactúa con sus estudiantes a raíz del cambio de modalidad, 37% de los profesores señalaron que ha disminuido, 32% que se ha incrementado y 31% que está igual que antes. Por otro lado, 40% percibe que ha disminuido la calidad de la interacción con sus pupilos, 37% señaló que se mantiene igual y 24% ve un aumento.
Con relación a las dificultades planteadas durante esta contingencia, hay una variedad de situaciones tanto referentes a los alumnos como a la tecnología o la situación en casa. Cabe señalar que estos problemas no se refieren a la formación docente sino a situaciones contextuales que están fuera del alcance de los profesores. Las más recurrentes se refieren a 1) que unos cuantos estudiantes tienen dificultades para utilizar las plataformas (75% de los académicos lo refirieron), 2) Ahora con la cuarentena hay más tareas domésticas que atender que antes (48%) y 3) la inestabilidad del internet hace que el servicio falle y se quede a medias de algo (45%). Cabe señalar que existe un 36% de los profesores que compartió que sus estudiantes no están cumpliendo con lo planeado.
Un elemento preocupante, relativo a asuntos de género, se encuentra en el diferencial hallado en la parte de las dificultades para trabajar en esta situación. Tres datos lo ilustran: a) 57% de las mujeres y 40% de los hombres señalaron tener más tareas domésticas que atender; b) 39% de las mujeres y 25% de los hombres afirmaron que les cuesta mucho balancear las tareas del hogar con el trabajo en línea; y c) 27% de las mujeres y sólo 18% de los hombres coincidieron con la afirmación “Las personas que me rodean interrumpen constantemente”. Esto parece estar relacionado con los papeles tradicionales de la mujer en casa que, sin duda están poniendo una carga pesada en los hombros de las académicas.
Con relación a la parte emocional es interesante notar que los sentimientos que más han experimentado los docentes se relacionan con aspectos “positivos”. Destaca la confianza como primer lugar y la alegría en el cuarto puesto. Sentir que están expuestos a saturación de actividades y tareas son segundo y tercer lugar.
En términos generales, los académicos están afrontando este reto de manera atenta y con actitud positiva, aunque no inocente. Es evidente que están conscientes del desgaste que les está representando, saben que sus estudiantes y ellos mismos están siendo expuestos a un fuerte desgaste y parecen estar tomándolo con más curiosidad que sufrimiento.
Quedan muchas interrogantes tras esta primera revisión de los datos, cuestionamientos como: ¿qué diferencias hay entre los profesores más jóvenes y los más experimentados?, ¿qué otras diferencias hay entre hombres y mujeres? ¿realmente existen diferencias entre quienes sólo impartían de forma presencial y los que lo hacían en modalidad mixta?, ¿qué ventajas y desventajas están viendo los profesores? o ¿qué reportan estar aprendiendo de esta situación los académicos? Queda mucha tela de dónde cortar, que deberemos ir abordando poco a poco.
*Grupo de Investigación sobre la Educación Superior en Coyuntura