Quiero aprovechar la metáfora utilizada varias veces en la que se representa a la educación como una carcacha en condiciones desastrosas. Esta carcacha logra a veces encender su motor, sólo avanza de manera precaria y pocos metros adelante, se para. ¿Qué hacer para reparar este vehículo estropeado? La respuesta equívoca que dio el gobierno, dicen algunos, consistió en proveer al conductor con uniforme nuevo.
La metáfora es útil, pero la solución que se atribuye al gobierno no es correcta. En realidad, siguiendo la metáfora, debe decirse que precisamente la reforma educativa fue poco atractiva para algunas personas porque no se propuso cambiar sólo el aspecto o la apariencia del vehículo -el vestuario del chofer, la carrocería, pintura, etc.- sino que comenzó con la “obra negra” que fue arreglar el chasis que estaba desbaratado y amenazaba con desplomar en forma definitiva al vehículo.
El chasis es la estructura de poder que ha servido de sustento al sistema educativo de México durante décadas: la administración de la profesión docente plagada de aberraciones, lagunas normativas, controles débiles y prácticas ilegales. Sobre ese podrido chasis se sustentaba la práctica de compra-venta-herencia-renta-regalo de plazas y nombramientos; la práctica de colocar en los puestos de dirección y supervisión a clientes, amigos o cómplices de líderes sindicales o burócratas; la práctica de adulterar las reglas de carrera magisterial a fin de beneficiar a los miembros de las camarillas sindicales de tal o cual estado.
La reparación, si quería ser exitosa, exigía acudir a procedimientos novedosos de la mecánica vehicular. Se pensó que plazas y puestos directivos deberían de otorgarse, no al arbitrio sino de acuerdo al mérito de cada profesor. La cuestión delicada, lo que permitiría soldar bien el chasis, fue conocer con cierto rigor el mérito (destrezas, competencias, experiencia, etc.) del profesor.
Se concluyó que el mérito sólo podía ser medido a través de la evaluación, y la evaluación, queridos amigos, en todas partes tiene mala fama. ¿Me quieres evaluar? ¡Nunca! Porque evaluar acarrea repercusiones, es tarea sumamente delicada y los métodos que utiliza son, siempre, imperfectos. No hay regla de oro en evaluación. En estas condiciones se comprende que el mecánico haya vacilado mucho antes de tomar la decisión, pero había que tomarla pues se sabía que no se ha producido mejor tecnología para arreglar el chasis.
En consecuencia, la nueva ley establece: para ingresar, hay que evaluarse; para promoverse a director, hay que evaluarse, para acceder a los estímulos económicos, hay que evaluarse, etc. En todos los casos, las evaluaciones se concibieron como recursos que tendrían que repercutir sobre la formación docente, es decir, la cadena de evaluaciones, a la larga, impulsaría la profesionalización docente.
Y la formación docente es, si seguimos la metáfora, parte del motor, aunque no todo. El verdadero motor de la educación es la escuela misma. La nueva centralidad que la escuela adquiere significa, ni más ni menos, organizarnos como lo hacen los mejores sistemas educativos del mundo: dando protagonismo central a la escuela.
La reparación del motor también se aborda con el nuevo funcionamiento de los consejos técnicos, con el impulso al trabajo docente colegiado, con las innovaciones en el papel del supervisor, con el llamado servicio de asistencia técnica a la escuela, con la evaluación interna de la escuela, etc.
Iniciar la reforma educativa con medidas convencionales (planes de estudio, libros de texto, etc.) hubiera significado hacer lo que muchos otros mecánicos hicieron antes: reparar la carrocería. A pesar de su empeño, estos mecánicos jamás lograron que el auto caminara mejor o que, simplemente, caminara.
Integrante la Junta de Gobierno del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación.