Cuando estudiaba en la Normal, me enseñaron que la Pedagogía es una ciencia normativa que estudia cómo se realizan los fenómenos educativos y cómo deben realizarse, adquiriendo de esta forma un encargo filosófico: la formación integral del ser humano, entendido éste en toda su grandeza.
Con este concepto íbamos a las aulas, pensábamos en formar un ser humano con principios morales, cívicos, éticos… estas eran las pretensiones de la educación hasta antes de la llegada de la pedagogía empresarial.
La pedagogía empresarial, señala Sacristán (1982), “ofrece con especial énfasis a los profesores una visión utilitaria y eficientista, equiparando la factoría con la escuela. El peligro de adoptar las metáforas industriales del mundo de la gestión empresarial es que se impone a la educación soluciones técnicas a los dilemas morales.”[i]
La pedagogía empresarial se orienta a desarrollar en los estudiantes las competencias fijadas por la empresa para el desempeño de un puesto con máxima efectividad y con ahorro de tiempo y recursos, trastocando los antiguos ideales de las escuelas de formar seres humanos.
La pedagogía empresarial se sustenta en los paradigmas del taylorismo y el fordismo que representan formas de dirigir y organizar la empresa y la producción de una manera “científica”, degradando al trabajador a la categoría de un instrumento más del proceso productivo.
Señala Andere (2013:60) “… la forma de pensar en la educación era, y aún es, lineal: los niños van a la escuela para ser empleados y empleables por la industria”; “la escuela está al servicio de la industria y del desarrollo económico”. “Los estudiantes son preparados para realizar tareas fácilmente previsibles y permanentes: estibar, contar, soldar, ensamblar, inyectar. Son tareas de aprendizaje relativamente sencillas aunque algunas de ellas requieran de mucho tiempo y esfuerzo físico.”[ii]
Estas son las bases de la “sociedad del conocimiento” que enarbola el nuevo paradigma de mente-factura propio del nuevo estilo de “gestión participativa” de la empresa moderna, basada en diversos enfoques de la “calidad total”, por ejemplo: el agrupamiento óptimo de tareas, aptitudes múltiples y amplias, y puestos intercambiables: ¡el hombre es como un chip de múltiples funciones!
En la pedagogía empresarial “time es money”, el tiempo es fundamental para bajar los costos de toda operación, el training (entrenamiento) cobra especial importancia y se reduce a enseñar destrezas para que el trabajador realice mejor su tarea, con el mínimo costo y en el menor tiempo posible. Bajo esta óptica no es ni siquiera imaginable cómo alcanzaría estas metas un maestro de educación especial que trabaja con el amor como método y herramienta para entrar en el corazón de sus niños (y de los papás de los niños).
Algunos objetivos de la pedagogía empresarial que se han ido incorporando a la Educación Media Superior y Superior, son: El desarrollo de competencias empresariales como la competitividad, y la responsabilidad calculada en costos financieros; la orientación de los estudiantes para que emprendan el trabajo por cuenta propia como opción profesional, utilizando términos como emprendedurismo, microempresario, incubadoras, excelencia, perfección, etc. el mensaje es disminuir las aspiraciones de ser empleado con prestaciones de ley y derecho a sindicalizarse, lo moderno es convertirse en socio o microempresario, así se trate de la venta de periódicos en las esquinas o de “asociado” de un departamento en las grandes transnacionales.
En las escuelas primarias y secundarias, se fomenta cada vez más las competencias de gestión empresarial como la solución de problemas, la planificación, la toma de decisiones y el afincamiento de responsabilidades calculadas en dinero o en tiempo. También se trabajan las competencias de comunicación lineal como trabajar en red y mantener el mínimo de contacto personal, sustituyendo cualquier trabajo humano que pueda realizar con ventajas un software gratuito.
Las competencias son otro traslado reciente de la empresa a la escuela, y se caracterizan porque no requieren de la disciplina del largo y severo aprendizaje que incluye la formación cultural -del ser- y la profesional -del hacer- propios de la pedagogía clásica. En la pedagogía empresarial lo único que se requiere aprender es la que dicta la organización racional del trabajo, auxiliada por el cronómetro. El maestro de escuela, en esta concepción, no requiere de grandes conocimientos filosóficos, psicológicos, culturales y humanísticos, sólo necesita unas cuantas competencias específicas y disciplinares, saber ejecutar un número pequeño de operaciones y repetirlas durante la jornada, sin perder tiempo.
En la “sociedad del conocimiento” (perla de la corona) la educación es el tránsito de la manufactura a la mentefactura, un término utilizado para indicar que estamos en la “economía del conocimiento”, y que la era post-industrial basada en la manufactura ha sido sustituida en la “era informacional” por la mentefactura como el valor agregado que toda sociedad productiva requiere para ser competitiva.
En esta óptica, la empresa es nombrada ya como “sistema de aprendizaje”, hoy se dice de manera metafórica que las organizaciones “aprenden” y que se convierten en “organizaciones inteligentes”.
A partir de la década de los años ochenta, las tendencias internacionales y las exigencias de los grandes patrocinadores de la educación, impusieron condiciones acotadas por la pedagogía empresarial a los países recipiendarios de sus empréstitos y donativos y el mundo occidental empezó a transitar por esta ruta, y México no fue la excepción.
Latapí (1996:125, 126) señala: Se ha puesto de moda la “excelencia” como ideal educativo;… la defienden fanáticamente los “yuppies” de las universidades privadas (y no pocos de las públicas) que, con insoportable complacencia, presumen el exclusivismo académico de sus instituciones. Se sienten ya en la cumbre, superiores a los demás; sus maestros les inculcan, con sesgos racistas, que son “una nueva casta de mexicanos”; son ganadores predestinados a salvar a México de su mediocridad ancestral. Instalados en su credo meritocrático, se creen distintos, excelentes.[iii]
“… hoy se predica una excelencia perversa: se transfiere a la educación, con asombrosa superficialidad, un concepto empresarial de “calidad total”, el cual puede ser una técnica exitosa para producir más tornillos por hora y venderlos a quien los necesite ( y a quien no también), pero no es ni puede ser una filosofía el desarrollo humano.
Bajo este lema… la escuela se convierte en fábrica eficiente, al alumno se le enseña a no tolerarse fallas, y los diplomas pregonan el individualismo de la competitividad. Algo peor: se confunde información con conocimiento y conocimiento con sabiduría.
¿Qué queda entonces del gozo de aprender, de la lectura reposada que descubre en la literatura la grandeza y la miseria de los hombres, qué queda del asombro ante nuestros riesgos, del acercamiento a lo heroico, de la aceptación de lo inexplicable? ¿Qué queda de la conciencia de nuestra inconmensurable ignorancia, principio de toda sabiduría?
Don Pablo ¡Cómo nos hace falta!
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