El modelo educativo 2016 es una especie de libro blanco con el que la Secretaría de Educación Pública puso a discusión su perspectiva pedagógica y de organización escolar, incluido el desarrollo profesional docente. Hoy me ocupo de la propuesta sobre el aprendizaje.
Roberto Rodríguez Gómez, en un artículo (Campus Milenio, 3 de agosto), documentó que la SEP plagió párrafos de documentos de la OCDE e ideas de la Unesco. También nos recuerda que Jacques Delors, en La educación encierra un tesoro (una mini biblia para los educadores progresistas y humanistas en los años 90), distinguía entre memorismo y la necesidad de que los educandos memoricen lo esencial. El primero es nefasto, la segunda es imprescindible. Quizá, el documento de la SEP equipara aquella distinción con lo que denomina conocimiento significativo.
En conjunto, El modelo educativo 2016 recoge un rimero de ideas migrantes. Retoma nociones de la Aprender a ser, el famoso informe Faure de la década de los 70, de La crisis mundial de la educación, de Philip Coombs, de un sinnúmero depolicy papers de la OCDE y no cita las fuentes. Voy a hacerla de abogado del diablo.El modelo es un documento de política, no un trabajo académico. Si se hubieran puesto todas las referencias, el texto —ya de por sí algo farragoso— hubiera sido baldío. De cualquier manera, una lista de fuentes consultadas hubiese evitado ese embrollo.
Rodríguez Gómez también destaca la familiaridad de El modelo con las pautas de 2011 y, si uno le busca, puede encontrar pistas de la reforma del gobierno de Luis Echeverría y, por supuesto, ramales del Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, de 1992. Lo importante, a mi manera de ver, es que la propuesta se construye sobre la experiencia histórica y las influencias internacionales. Trata de armonizar las dos fuentes y, aunque sea en la porción discursiva, pone por delante el humanismo.
La otra parte valiosa es que la SEP puso a discusión su propuesta en foros de diverso calibre, con políticos, académicos, maestros —aunque quizá sería conveniente ir más allá de los sindicatos— y otros actores. Cierto, la forma es acartonada, con participaciones breves, por temas, cursando un orden preestablecido. El defecto: no hay manera de expresar con profundidad alguna moción; la virtud: evita el rollo abundante y el monopolio de la palabra.
Unos participantes en los foros quieren ver sus ideas plasmadas en El modelo, ponen el acento en lo que falta y formulan más propuestas de contenidos. Acusan que el documento es general, que no particulariza y, al mismo tiempo, imputan la ausencia de un diagnóstico completo.
Me preocupa que si la SEP escucha todas las voces y trata de satisfacerlas, vamos a tener un mamotreto que ningún maestro leerá, regresaremos sin dificultad al vicio que tanto criticamos: que el libro de texto se convierta en el programa del curso.
Si buscamos un cambio paradigmático en el aprendizaje —como sí se vislumbra en el desarrollo profesional docente— habrá que poner freno a la cantidad, concentrarse en pocas cosas, pero a profundidad; hacer verdad lo del aprendizaje significativo.
Si pudiera sintetizar mi propuesta sería “enseñar menos para aprender más”. Aclaro que no es una idea original, la pesqué en alguna de las lecturas que hago sobre reformas educativas de varios países. Sin embargo, es fundamental.
Pienso que en los tres primeros años de la primaria, se debe enseñar lenguaje (incluye lenguas originarias) y matemáticas, nada más.
No se trata de simplificar, al contrario, de cimentar bases sólidas. Sin el dominio de la lengua oral y escrita y del lenguaje simbólico, será muy difícil aprender lo que sigue en el currículo propuesto por la SEP: pensamiento crítico y reflexivo, valores de convivencia y colaboración, desarrollo emocional (físico puede ser que sí, aunque sin ser significativo), historia, tradiciones, familia, arte, cultura y medio ambiente.
Enseñar y aprender bien la lengua y las matemáticas implica un trabajo inmenso de maestros, materiales nuevos y sobre todo muchas tareas. Los docentes deberán desarrollar más capacidades. Además, tiempo para revisar y calificar las tareas. Habrá que reorganizar la jornada escolar.
El aprendizaje de la lengua y las matemáticas demanda de rutinas y repetición de conceptos, el cultivo de la buena memoria con el fin de que los alumnos asimilen e interioricen métodos y contenidos. Y mientras más temprano lo hagan en su vida, será mejor.