“La mejor manera de predecir el futuro es inventarlo”
Alan Kay
Hoy existen cosas que no existían cuando éramos niños y otras cosas que antes eran comunes, como el telégrafo, han dejado de existir. Vivimos en un mundo que cambia aceleradamente. ¿Quién podía prever que en tan sólo 40 años la capacidad de un celular sería mayor que la de la computadora que se usó para dirigir las misiones espaciales Apolo? Sin embargo, la educación no adelanta al ritmo de la sociedad y mantiene prácticas poco acordes con los tiempos que se viven. La escuela es por excelencia una institución conservadora, situación que ha sido ampliamente estudiada.[i]
La mayoría de los sistemas educativos (y el nuestro no es la excepción) fue creado entre fines del siglo XIX y principios del XX, a partir de las ideas seminales de la Ilustración y de las necesidades de mano de obra calificada de la Revolución Industrial. Por una parte, Condorcet puntualizó las bases de la universalización de la educación como un derecho del ciudadano moderno. Concepto que en su estructura general se mantiene vigente. Por otra, la industrialización, que fue llegando con más o menos rapidez a los países, demandó personas con un dominio básico de la cultura escrita y un conocimiento de las operaciones aritméticas elementales, no como obreros sino para el desarrollo de tareas administrativas en las fábricas. Esta situación sí ha sido rebasada, porque la misma economía ha evolucionado y la llamada sociedad del conocimiento ha impuesto a las personas —y por ende a las escuelas— demandas de desarrollo cognitivo muy superiores.
Expertos, padres de familia, políticos, parecen coincidir en que la educación actual no responde suficientemente a las demandas del presente y menos aún a las del futuro, así como en que el modelo educativo vigente está muy desgastado. Estimo que también hay consenso acerca de qué se busca con el cambio educativo: “garantizar una educación de calidad para todos los jóvenes, que los prepare para el presente y para el futuro”. Donde se presentan más diferencias de opinión entre las partes interesadas es en cómo lograr que la educación sea verdaderamente de calidad, según parámetros actuales.
La transformación de la educación abarca aspectos muy diversos, pedagógicos, sociales, económicos, políticos. En ese sentido, la reforma educativa de este gobierno plantea cambios estructurales de gran calado, como la autonomía escolar o la evaluación del desempeño docente, y ha impulsado reformas legales que dan por primera vez rango de obligación constitucional a la calidad de la educación. Ya no se trata sólo de garantizar educación. Ahora esta aparece adjetivada. Debe ser de calidad. ¿Y qué debemos entender por “calidad”?
Garantizar la calidad de la educación
Hay múltiples definiciones de “calidad”. A decir de Sylvia Schmelkes[ii], esta consta de cuatro componentes interrelacionados entre sí: la relevancia, la eficacia, la equidad y la eficiencia. Me referiré al primer componente: la relevancia, que en su definición es la capacidad de un sistema educativo (o de una escuela) de “ofrecer a su demanda real y potencial aprendizajes que resulten relevantes para la vida actual y futura de los educandos y para las necesidades actuales y futuras de la sociedad en la que estos se desenvuelven. La relevancia de los objetivos y de los logros educativos se convierte en el componente esencial de esta manera de entender la calidad de la educación, fundamentalmente porque ella tiene mucho que ver con la capacidad de asegurar la cobertura y permanencia de los alumnos dentro del sistema educativo”.
Cuando se busca garantizar la relevancia de la educación hay en mi opinión tres aspectos esenciales a considerar. El primero es el aspecto económico. La educación prepara para la vida y en este sentido es fundamental dar herramientas a los educandos para que puedan insertarse satisfactoriamente en el mundo laboral. Asimismo, la sociedad requiere contar con los recursos humanos, esto es con el talento necesario para prosperar y para que el planeta sea un lugar más habitable. En este sentido, la OCDE creó el programa PISA que define las competencias que un joven requiere tener a los 15 años para vivir con plenitud en la sociedad del conocimiento. Según esta organización, si hoy (y aún más en el futuro) un joven no cuenta al menos con el bachillerato o con un grado equivalente de escolaridad técnica le será muy difícil alcanzar un nivel socioeconómico por encima del nivel de pobreza.
El segundo aspecto es el cultural. Tradicionalmente, se ha depositado en la escuela el proceso de enculturación, es decir la transferencia de saberes de una generación a otra, con el fin dual de preservar la cultura y de que que alumno comprenda el mundo natural y social en el que vive. En tanto el conocimiento y la información se multiplican exponencialmente es capital no atiborrar de temas los planes de estudio, para que, como dice Olac Fuentes, no se conviertan en “una hectárea de contenidos con apenas un centímetro de profundidad”. Al respecto hay muchos intereses creados que con alguna frecuencia están por encima del beneficio de los educandos y que hacen que la relevancia palidezca ante “doctas” demandas que suman contenidos a la ya larga lista de temas a ser estudiados. Qué cabe y qué no en un currículo es, a menudo, más un asunto político que una consideración pedagógica. Más que informar, hoy le corresponde a la escuela enseñar al alumno a buscar la información, a discriminarla, analizarla, generarla, cuestionarla; en suma, le corresponde garantizar que aprenda a aprender, porque el contenido que un profesor enseñe hoy puede estar a la mano de los chicos, sea en la biblioteca o en Internet. Usar la mayor parte del tiempo de clase para la mera transmisión unidireccional de información del profesor al alumno limita el desarrollo de las habilidades, actitudes y valores necesarios para desenvolverse en el siglo XXI y, muy probablemente, el entorno escolar sea el único espacio en el que un alumno pueda desarrollar esas competencias. Empero, las escuelas no parecen superar sus tendencias enciclopedistas. Conducta que cada vez se justifica menos, como razonan a profundidad Aaron Sams y Jonathan Bergmann.
No desestimo la difícil tarea de construir un currículo, por experiencia sé el desafío que implica, sólo señalo que para su desarrollo es cada vez más importante ahondar en el cómo enseñar que hacer foco en el qué enseñar. Es preferible ir al fondo de menos temas que pasar superficialmente por muchos sin desarrollar habilidades de pensamiento crítico, como son las capacidades de análisis y síntesis. La buena aplicación de las tecnologías de la información a la enseñanza y el aprendizaje forma parte, entre otras cosas, de ese cómo. Judy Kalman comenta diversas maneras de explotar su potencial con sensatez y eficacia. Por su parte, Marc Prensky [iii]describe a los nativos digitales que habitan hoy las aulas. Los estudiantes ya no son las personas para las que se concibió la enseñanza cuando se diseñó el sistema educativo actual; por ende, el desarrollo del currículo no debe dejar de lado su naturaleza e intereses.
El tercer aspecto es el personal. La educación debe ayudar a un joven a convertirse en la mejor versión de sí mismo, a descubrir sus talentos e intereses. Hace ya décadas que con la introducción del concepto “inteligencias múltiples” de Howard Gardner la pedagogía se transformó. A partir de entonces se sabe que no hay una única manera de ser inteligente sino que cada individuo cuenta con mayores potencialidades en unas inteligencias (musical, lingüística) y menos en otras (corporal, interpersonal). En este sentido, las propuestas educativas unívocas que desestiman la variedad de maneras de ser y de aprender y no fomentan la creatividad, tan necesaria para desempeñarse en el entorno laboral actual, tienen cada vez menos pertinencia. El Taylorismo en educación es obsoleto. El nuevo modelo educativo que se construya para educar con calidad debe responder a las necesidades de aprendizaje del siglo XXI y, para ello, habrá de privilegiar la diversidad sobre la uniformidad, porque al valorar la heterogeneidad de aprendices, docentes, contextos,… este modelo será capaz de generar el talento rico y dispar que exigen los tiempos.
El cambio genera incertidumbre pero también ofrece nuevas oportunidades y la institución escolar debe transformarse al ritmo que lo hace la sociedad, tanto para adaptarse a sus demandas como para aportar significativamente a la construcción de un México más próspero. Hoy es necesario concebir una escuela distinta capaz de garantizar una educación relevante: Parafraseando a Kay, no se trata de adivinar cómo se verá esa escuela en el futuro; la tarea es construirla, inventarla, darnos la oportunidad de desacralizar la escuela como la conocemos hoy para forjar en su lugar una institución contemporánea. Esta responsabilidad es de todos. Estado y sociedad han de sumar fuerzas para lograrlo.