En mi entrega del miércoles pasado reseñé lo trascendente del XVI Congreso Mundial de las Sociedades de Educación Comparada (WCCES), que se realizó en Pekín del 22 al 26 de agosto.
Rematé con una frase que a ciertos de mis lectores les pareció frívola, pues le hicieron juicios severos, no al cuerpo del texto. Tal vez, el cierre del artículo: “¡Adiós, Pekín; bienvenido Cancún! Allí, la fiesta mexicana será en grande”, desvirtuó la crónica de lo sustancial.
Los comentarios críticos —que agradezco con franqueza— me inducen a esclarecer un punto que para los académicos es el pan de cada coloquio, simposio o congreso de cierto calibre, pero no tiene por qué serlo para el común de los lectores. No digo que sea ignorancia, pero sí falta de familiaridad con hábitos de un grupo “raro” de personas que se reúne a discutir asuntos que al final de cuentas sólo tienen que ver con el avance del conocimiento, muchas veces sin consecuencia práctica.
Lo trascendente de esos foros se expresa en las conferencias, ponencias y otros dispositivos como carteles, grupos de debate y sesiones de académicos veteranos con investigadores noveles, que se les podría denominar de tutoría. Ésa es la parte formal.
Sin embargo, hay labores informales cuya importancia radica en la construcción de redes, lazos de identificación, generación de nuevas amistades y de donde surgen grupos de trabajo. En el caso de la WCCES y de otras asociaciones a las que pertenezco, como el Consejo Mexicano de Investigación Educativa, ese tipo de relaciones se cimienta en las charlas de pasillo, cuando se comparten los alimentos y en las fiestas que diversos grupos e instituciones organizan. El ambiente festivo es parte sustancial de cualquier congreso que se respete.
Los ánimos de colaboración entre pares de diferentes partes del mundo (de otras ciudades en el caso de foros nacionales) muchas veces se dan con mayor facilidad en una charla tornadiza, en el desayuno o las fiestas. En esas artes, más que en las exposiciones serias, es factible que personas y grupos encuentren afinidades en temas o posturas teóricas. En esos coloquios sin formato regular, uno puede embarcarse a fondo y debatir algún asunto con colegas y sembrar para cosechar después. Me refiero a frutos académicos, pero también a espigar amistades o contactos.
En las conferencias del WCCES y de la Comparative and International Education Society (CIES), grandes instituciones o universidades donde existen programas vigorosos de educación comparada, internacional o intercultural, organizan recepciones cuyo fin explícito es construir redes y, claro, relajar la mente del ajetreo de las ponencias del día.
Universidades —como Stanford, Harvard, Columbia— o instituciones intergubernamentales organizan esas celebraciones en los centros de convenciones u hoteles que son sede de los congresos. Eso cuesta, hay que alquilar espacio, pagar por un buffet y ofrecer alguna copa.
La fiesta mexicana en el WCCES y la CIES es de diferente naturaleza, no cuenta con apoyo institucional. Los participantes colaboramos con lo que podemos y conseguimos un lugar prestado; siempre juntamos a mucha gente. En la conferencia de CIES de 2017 la fiesta mexicana cumplirá 20 años. Los organizadores ya nos prometieron un recinto alejado de los huéspedes para realizar esa tertulia, que a veces incluye música y baile, siempre una copa de tequila.
La fiesta es parte de la vida y de esos congresos; no hay nada de malo en ello, pienso.
RETAZOS.- Don José Manuel Moreno me preguntó acerca de las conclusiones del Congreso de Pekín. Aún no las hay, pero comités de pares harán una selección de las ponencias para publicarlas. Tomará su tiempo.
A partir del miércoles regresaré al análisis de la coyuntura de la Reforma Educativa mexicana.
*Académico de la Universidad Autónoma Metropolitana