Ayer, día de la Morena del Tepeyac, se conoció públicamente la iniciativa de reforma para “cancelar la mal llamada reforma educativa y sustituir”, como dijo el presidente, Andrés Manuel López Obrador, “el ordenamiento actual por uno nuevo en el que se establece en lo fundamental el derecho a la educación”.
El ambiente que rodeó la presentación del documento tuvo rasgos interesantes. Por un lado, no hubo la parafernalia clásica a la que nos tenían acostumbrados otros gobiernos, sino una rueda de prensa sencilla pero con un mensaje fuerte por parte del presidente. A la discreción y apertura “republicanas”, sólo le faltó eficiencia para distribuir la versión definitiva del documento. Pasaron casi doce horas antes de que conociéramos el documento oficial. Mientras eso ocurría, las redes sociales “estallaban” con la noticia de que el gobierno de AMLO proponía suprimir un órgano constitucionalmente autónomo (el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación, INEE).
Además, ante el desconocimiento del documento oficial, en redes sociales se compartían versiones preliminares de la iniciativa y gracias a esto, pudimos detectar que en la versión final enviada a la Cámara de Diputados se eliminada la fracción dedicada a la ¡autonomía universitaria! ¿Mero error o cálculo de la Cuarta Transformación? Hasta el momento de escribir estas líneas, no se había aclarado dicha situación, la cual naturalmente levantó suspicacias sobre el talante del nuevo gobierno.
Pero, ¿qué se puede decir de las 14 páginas de la iniciativa firmadas por el presidente López Obrador? En este primer momento, al menos cuatro cosas. Primero, trata de componer la cerrazón con la que actuaron algunos actores políticos para formular los distintos instrumentos de la política pública contenidos en la reforma de 2013. Entre estos instrumentos estaba precisamente la evaluación, cuyos efectos sobre la trayectoria docente y laboral son profundos. Tiene razón el actual gobierno en que el verdadero cambio educativo tiene que atravesar por espacios de diálogo y discusión con los sujetos implicados. No sólo hay que escucharlos, sino persuadirlos a cooperar. No obstante, tratar de lograr esto por medio de la coerción o la subestimación es contraproducente.
Segundo, contrario al pasado en donde las leyes se utilizaron para justificar un discurso intimidatorio sobre todo el magisterio (“si no obedeces la ley, te ceso”), la iniciativa actual es extremadamente cuidadosa. Se dice que fue un “error aplicar criterios sancionadores y persecutorios” a los maestros y por lo tanto, propone desarrollar un amplio “reconocimiento a la función magisterial” y una “valoración positiva de su esfuerzo”. Incluso, AMLO – al defender su iniciativa – se dice estar “plenamente convencido de que las maestras y maestros actúan por el bien de la Patria”. ¿Unos próceres?
Para ganar adeptos, el discurso del candidato AMLO fue preciso: supo dar en el blanco, sin embargo, para dar resultados y conservar su legitimidad, la narrativa puede ser limitada. Me parece que la actual iniciativa del gobierno hace bien en reconocer la labor docente, pero una visión más balanceada – y menos cándida – podría contribuir a replantear políticas más realistas y efectivas. Los maestros somos agentes que actuamos en contextos específicos y que estamos condicionados por las reglas institucionales que existen y que entre todos hemos creado. No somos santos ni demonios, sólo personas de carne y hueso que buscamos con nuestra labor que otros aprendan mientras uno crece profesionalmente.
Tercera observación de la iniciativa del presidente: conceptualmente me llamó mucho la atención que desapareció el término “calidad”. En varios debates escuché que esta palabra refería al “neoliberalismo”, que se desprendía de la corriente empresarial y que no encajaba con la labor humanística que supuestamente hacían los buenos maestros. Algo de razón podía haber en estas críticas y esperábamos, por lo tanto, una salida conceptual altamente imaginativa del nuevo gobierno, pero no fue así. Ahora aparece el término “excelencia” como un referente normativo de la educación mexicana.
¿Y qué significa la excelencia educativa? Pablo Latapí Sarre, Premio Nacional de Ciencias y Artes 1996, aclara: “Permítanme decirles que considero este ideal de la excelencia una aberración. “Excelente” es el superlativo de “bueno”; excelente es el que excellit, el que sobresale como único sobre todos los demás; en la práctica, el perfecto. En el ámbito educativo, hablar de excelencia sería legítimo si significara un proceso gradual de mejoramiento, pero es atroz si significa perfección”. Es decir, la Cuarta Transformación se contradice al hablar por un lado de equidad y por otro de excelencia.
Cuarta y última crítica. Tanto en el documento oficial como en la exposición del secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, advertí un diagnóstico muy pobre pese al cúmulo de datos arrojados por la extensa consulta utilizando datos y percepciones para reforzar sólo lo que ellos querían. Dentro de esta lógica encontré precisamente la justificación para desaparecer al INEE, el cual se “percibió como un instrumento persecutor para el magisterio, por lo que se cancela” (itálicas mías).
Sin dejar de reconocer los errores en la dirección de ese instituto durante los últimos seis años, me parece que el secretario y el presidente se fueron con la finta y escucharon pocas voces y muy selectivas. Ahora, en lugar del Instituto, se creará un centro de “revalorización” del magisterio, pero dirigido por siete personas en lugar de cinco (¿no queríamos ahorrar?) y que serán designadas por la “autoridad educativa federal”, es decir, por el propio Moctezuma. Entonces, ¿cómo la autonomía no funcionó en un primer momento hagamos órganos oficialistas? Esto es una mala señal de un gobierno que dice querer dirigir la Cuarta Transformación del país.
En resumen, la iniciativa presentada ayer por AMLO me parece sustancialmente participativa, políticamente correcta aunque conceptualmente pobre y profundamente gobiernista. ¿Dará resultado? Ya veremos.
Postcríptum: Y sobre nuevas políticas para combatir el rezago educativo que enfrentan 32 millones de personas, nada.