Luis Alan Acuña Gamboa
A partir del 23 de marzo del presente, el Sistema Educativo Nacional (SEN) tuvo la obligación social de cerrar todas las instituciones educativas del país por los riesgos que significaba y significa la propagación de contagios por COVID-19 en México. Esta acción significó que —según el INFOABE y la Silla Rota— poco más de 33 millones de estudiantes y dos millones 100 mil docentes repensaran, ipso facto, nuevos escenarios para el desarrollo de las actividades escolares, así como las mejores opciones formativas para no perder el ciclo escolar. Sin duda, mudar los diferentes tipos de necesidades, estilos y ritmos de aprendizaje; el gran abanico de talantes profesionales; así como los ya complejos contenidos temáticos de todos los niveles educativos, dispuestos para la vida académica presencial, a un campo poco explorado denominado educación multimodal, continúa siendo el mayor de los retos para todos los actores educativos del país, en específicos para las y los maestros.
Este reto/problema en la formación docente no es descubrimiento nuevo; más bien, su origen es de ya larga data. En otros espacios he criticado las carencias en la planeación, diseño, capacitación docente y evaluación que ha significado la incorporación de la tecnología al campo educativo a través de su historia; por citar ejemplos, el programa Enciclomedia del sexenio Foxista (2003) y Aulas Telemáticas del periodo de Calderón Hinojosa (2010). Dichos programas tuvieron como prerrogativas el tiempo y los recursos, tanto políticos, humanos como económicos, para su buen desarrollo; sin embargo, resultaron ser fracasos que representaron pérdidas acumuladas para la Secretaría de Educación Pública (SEP) por 42 mil 500 millones de pesos (ver El Mañana Nuevo Laredo). Ante los hechos históricos, ¿es posible pensar en mejores resultados académicos de la educación multimodal en tiempos de pandemia? ¿qué límites y potencialidades significan para docentes y estudiantes la abrupta sucesión de la educación presencial a la multimodal?
Todas las instituciones educativas públicas y privadas del país se encuentran adaptándose, aún, a los cambios de la modalidad educativa. Uso y aplicación de google classroom, blackboard, kahoot, socrative, meet, zoom, grupos cerrados de facebook y whatsapp, así como el diseño y uso de plataformas educativas personalizadas en moodle o chamilo para las sesiones de trabajo, son el nuevo cotidiano de los colegiados en las escuelas; aunado a la capacitación docente para la correcta aplicación de estos recursos LMS (Sistema de Gestión del Aprendizaje, LMS por sus siglas en inglés) para el proceso de enseñanza y aprendizaje, son rubros que se anexan a las planeaciones, diseño de estrategias didácticas y materiales educativos (ahora por la modalidad, objetos de aprendizaje), instrumentos de evaluación (rúbricas, listas de cotejo, escalas estimativas, carpetas de evidencias, etcétera), y una interminable lista de pendientes académicos y administrativos por cumplir que demarcan las fronteras de la burocratización educativa.
En este sentido, el homeschooling representa mayor tiempo de dedicación exclusiva al quehacer docente (muchas horas más de las devengadas por el salario), así como la ardua tarea por dar solución de forma inmediata a los innumerables obstáculos que significa vivir y trabajar en un país con tantas desigualdades sociales como el nuestro, lo que seguramente está empezando ha generar angustia, fátiga, estrés y depresión en las y los maestros a nivel nacional; ante estas situaciones, ¿la SEP, los directivos escolares, los padres y madres de familia han pensado en la integridad socioemocional de los más de dos millones de docentes? ¿acaso alguna institución o persona ha pensado en los problemas físicos y de salud en los que puede traducirse esta carga laboral?
Existe una enfermedad silenciosa que se desarolla paulatinamente en los profesionales con largas jornadas de trabajo y con cargas ingentes de actividades por realizar en esos períodos de tiempo, lo que se traduce en agotamiento mental, físico y emocional por quienes la padecen, en muchas ocasiones sin darse cuenta: el síndrome de burnout. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha considerado al burnout como la patología que se relaciona con el agotamiento laboral; en otras palabras, este síndrome se define, desde las investigaciones de Freudenberger (en Carlin y Garcés de los Fayos Ruiz, 2010, p. 170), como toda “sensación de fracaso y una existencia agotada o gastada que resultaba de una sobrecarga por exigencias de energías, recursos personales o fuerza espiritual del trabajador”.
De esta manera, y ante la actual realidad profesional de los docentes mexicanos, infestada de actividades y objetos de aprendizaje por diseñar y desarrollar; webinars, MOOCS y videoconferencias por asistir bajo las indicaciones de la SEP y directivos escolares; solución de preguntas, dudas e inquietudes de padres y madres de familia, así como de estudiantes que no prevén la prudencia en los horarios de consulta; formatería institucional por llenar y enviar, y sin olvidar los registros de asistencia a todas las actividades antes mencionadas a través de reportes escritos y evidencia fotográfica (capturas de pantalla), el síndrome de burnout es el enemigo que acecha a las y los maestros en la era del COVID-19, y que nadie ha reparado en las implicaciones que esto significa para la integridad socioemocional de los profesionales de la educación; por esto, expongo algunas sugerencias para la SEP; directivos escolares; padres y madres de familia, así como estudiantes con la única finalidad de aminonar la ya exagerada carga laboral de nuestras maestras y maestros.
A la SEP. Así como se han desarrollado ejes de acción para la sucesión de la educación presencial a la multimodal a través del programa ‘Aprende en Casa’; por un lado, es necesario que se delimiten los canales oficiales para el desarrollo de las actividades académicas de docentes y estudiantes. En este sentido, es preciso estandarizar las acciones de las escuelas públicas y privadas en términos de implementación de plataformas, aplicaciones y softwares educativos con la finalidad de no ‘ahogar’ a estos actores educativos en una vorágine de recursos LMS. Por otro, espero que la experiencia que el coronavirus dejará a su paso por el SEN sirva de sustento para diseñar más y mejores políticas de formación, capacitación y actualización docente en todos los niveles educativos, tanto para el diseño, uso y aplicación de plataformas educativas, objetos de aprendizaje y la gran gama de recursos LMS, como para su desarrollo socioemocional y resiliente que permitan prevenir el síndrome de burnout en próximos escenarios similares al que estamos viviendo.
A los directivos escolares. Recordemos que pocos son las y los maestros que están preparados para el uso de la tecnología aplicada a la educación, más cuando la práctica docente ha estado destinada a la modalidad presencial. A pesar que existe un gran abánico de opciones educativas (LMS) para el desarrollo de las actividades, y pensemos que todas aportarán a alcanzar los objetivos y metas del ciclo escolar o semestre (para el caso de educación media superior y superior), es altamente probable que el uso indiscriminado y excesivo de dichos recursos afectarán más de lo que puedan contribuir, aunque en estos momentos se consideren todos imprescindibles. Aunado a esto, se precisa del trabajo colaborativo para la toma de decisiones, más que las imposiciones sin razón para el logro de los aprendizajes en los estudiantes; por ello, es necesario apoyar a las y los maestros en el desahogo de actividades no relevantes en estos momentos: excesiva burocratización educativa; inscripción obligada e indiscriminada a cursos, talleres, MOOCS, webinars que se ofertan por doquier (solo consideremos el o los relevantes); solicitud de registros de asistencia escrita y evidencia fotográfica semanal; y muchos etcéteras que existen ahora. Recordemos que el propio SEN no estaba preparado para una contigencia de tanto alcance, aprendamos en el camino y cuidemos de la salud e integridad emocional de nuestras y nuestros docentes, puesto que en sus manos está salir adelante.
A los padres y madres de familia, así como a los estudiantes. A pesar que el uso de la tecnología es parte de la cotidianidad de las sociedades del Siglo XXI, la mayor parte de esta se emplea para el ocio y el tiempo libre (si no lo cree, hagamos un análisis introspectivo); por ello, debemos entender que la veloz necesidad de mudar los estudios presenciales a los multimodales son un reto para la SEP, directivos, docentes y, por supuesto, para nosotros mismos; ante esto, seamos más abiertos, flexibles y pacientes a los cambios que significa esta empresa. Aunado a esto, es necesario entender que, aunque los directivos y profesores están obligados a dar respuesta educativa a sus hijos o a mí como estudiante, también tienen otros compromisos que se alejan de su quehacer profesional: familia, actividades del hogar, estudios académicos, tiempo para el entretenimiento, etcétera: en algún momento del día, nuestro maestros y maestras también juegan el rol de nosotros, aprendamos a respetar estos tiempos no enviando mensajes a cualquier hora del día o la noche, no exigiendo respuestas inmediatas, entre otros: si como padres y madres no sabemos cómo apoyar a nuestro hijo o hija, aprendamos a valorar el quehacer de los docentes que día a día tienen que dar respuesta a 20 o hasta 50 formas de aprender tan diferentes como complejas: es momento de unirnos como sociedad educativa.
Apreciables profesores y profesoras de todos los niveles educativos, sirvan estas líneas para reconocer, enaltecer y agradecer el gran esfuerzo y dedicación que todos los días inyectan a su quehacer profesional en aras de construir nuevos y mejores espacios educativos, donde la pluralidad y la justicia social sean los ejes que guíen a las nuevas generaciones de profesionales y ciudadanos en nuestro México.